En
la pieza, Winehouse y Piáf se consiguen en la indefinida dimensión de la muerte
y reflexionan sobre sus experiencias personales, los dolores que las forjaron,
y como lidiaron con el monstruo de la fama, que no perdona y traga.
El
23 de julio de 2011 la británica Amy Winehouse se sumaba al luctuoso “Club de
los 27” que reúne a una serie de músicos
famosos que coinciden en una inusual circunstancia: mueren a los 27 años, y por
lo general, debido al transitar constante por los caminos del exceso: drogas y
alcohol ¡presentes!
Casi
cincuenta años antes (1963) un cáncer hepático apagó la voz de una de las
cantantes más célebres del siglo XX, ícono indiscutible de la canción francesa:
Edith Piáf, de quien también se conocía sus problemas de adicción a la morfina
y medicamentos.
Ambas
intérpretes marcaron la época que les tocó vivir, con su música y sus
escandalosas vidas personales. Y ambas intérpretes viven en la admiración del
dramaturgo y director Alexis Márquez, quién juntó a las dos divas en “Las
lágrimas se secan solas”, llevada a escena en su primera temporada desde el 8 hasta el pasado al 24 de
agosto en la Sala Cabrujas de Los Palos Grandes.
En
la pieza, Winehouse y Piáf se consiguen en la indefinida dimensión de la muerte
y reflexionan sobre sus experiencias personales, los dolores que las forjaron,
y como lidiaron con el monstruo de la fama, que no perdona y traga. El autor, al
hurgar en la vida de estas cantantes – de las que se confiesa gran admirador- busca
conectar al espectador con su parte más
humana para descubrir lo que está detrás de la mampara engañosa de la fama.
Lejos de someter al escarnio las atribuladas vidas de estas exponentes del “star system”, la pieza rinde homenaje a
sus almas atormentadas: “Es un tributo al talento, cada palabra escrita está
hecha con respeto y admiración”, expresa
el director.
Dos
sillones y una pequeña mesa dominan el centro. Varias fotografías en gran
formato de las divas, borrosas, desvencijadas, cuelgan al fondo. El resto de la
puesta en escena le pertenece a Indira Figueroa en el rol de Amy Winehouse, y
Mariangel Hernández como Édith Piaf. Ambas intérpretes buscan con afán encarnar
la pesada piel de sus referentes. Amy, no es un bocado fácil. La británica
parece comerse a la actriz, dejando por fuera la sensibilidad abrasante que la
identificó en vida, para dar paso a una técnica actoral correcta, pero falta de
tuétano. Piáf por su parte, consigue en Mariángel un cuerpo que expresa y
refleja los tormentos físicos que minaron a la francesa, pero ciertos excesos vocales rompen la
atención injustificadamente. La obra, en definitiva, logra el cometido de erigir un sencillo
homenaje a ambas cantantes.
Columna publicada el 27/08/2014 en el diario El Nuevo País
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