martes, 3 de abril de 2012

"Encuentro con Francis Rueda"

Francis Rueda (Caracas, 1949) es una de las actrices más representativas de nuestro teatro. Empezó su carrera siendo aún una adolescente, y hoy, con cuarenta y dos años dedicados por entero al escenario demuestra una admirable dedicación que se niega a ralentizar. Antes bien, cuando cualquier mortal podría sugerir que después de toda una vida ofrendada a la profesión, pueden llegar los aires del cansancio, los anhelos de una retirada tranquila y reconfortante, esta intérprete alza su voz y pone de manifiesto su incansable amor por las tablas y, como no podría ser de otra manera, lo hace sobre las tablas, con el espectáculo “Encuentro con Francis Rueda”, estrenado en el 2007 y que este fin de semana pasado, realizó una nueva temporada, esta vez en el Teatro Nacional.

 Es un unipersonal, pero en él toman vida ocho mujeres, ocho personajes del teatro universal que encontraron piel y alma en el talento de esta caraqueña, que con firmeza se apodera de un escenario casi vacío en elementos pero pletórico de sustancia interpretativa. La puesta en escena, creada por el recientemente desaparecido director Gilberto Pinto, quién fuera también compañero de vida de Francis por más de treinta años, apostó, sin equivocarse, a dejar sobre los hombros de la actriz el discurrir del espectáculo, sin mayor artilugio que el desdoblamiento personaje tras personaje. Así, van tomando cuerpo ocho féminas, habitantes de distintas épocas, nacidas de distintas dramaturgias, representantes de distintos mundos.

 Lucrecia, de la pieza homónima de Gilberto Pinto, la prostituta Greta Garbo de “Oficina N° 1” de Miguel Otero Silva, Laurencia de “Fuenteovejuna” de Lope de Vega;  Ramona de “El Rompimiento” de Rafael Guinand, “Medea” de Eurípides; Clitemnestra; Clov de “Final de partida” de Samuel Beckett; la Rompefuegos de “Lo que dejó la tempestad” de César Rengifo; elegidas de las más de cien interpretaciones de la actriz, son un mínimo, pero logrado inventario que durante casi una hora vivifica la escena.

 Un baúl, algunos pares de zapatos, una bata, una falda, un tocado, y otros precisos elementos usados a conciencia dan una probada de teatro puro, interpretativo; en un abanico que se desplaza por aires tan extensos como el sainete, el realismo, el siglo de oro español, el teatro del absurdo o la tragedia griega. 

La triple dimensión artística-pedagógica-personal de la propuesta se cierra con intervenciones de la actriz entre cuadro y cuadro, hablando de lo que es el oficio del histrión, dejando al descubierto las características de la profesión, sus altos, sus bajos, sus sacrificios, sus glorias. Al cierre, su firme manifiesto de “jamás abandonar las tablas mientras le queden fuerzas para cumplir con sus agotadoras exigencias”.  ¡Ejemplo a seguir, generaciones actuales!

Columna publicada el 27/03/2012 en el diario El Nuevo País

"Las Críadas"

En el año 1933, en la pequeña localidad de Le Mans, al noroeste de Francia, las hermanas Christine y Lea Papin cometían uno de los crímenes más desconcertantes en la historia penal gala. Ambas hermanas servían a la acaudalada  familia Lancelin, desde hacía unos siete años, y según las investigaciones el trato dado por sus patronos se enmarcó siempre en los “límites establecidos de la corrección”.  

El 02 de febrero, el señor Lancelin, al no obtener respuesta telefónica ni de su esposa, ni de su hija, se dirigió preocupado a casa. Ya había anochecido. Tanto la puerta principal, como la de servicio, estaban cerradas por dentro. El rastro de la única luz encendida escapaba por la rendija de la puerta del cuarto de las criadas. Cuando las autoridades forzaron la entrada encontraron los cadáveres, madre e hija, dantescamente mutilados, “en el suelo había huesos, dientes arrancados, un ojo, horquillas, botones, un llavero y un paquete desecho”, reza el informe policial. Las homicidas confesaron su crimen sin ninguna vacilación cuando fueron encontradas en su cuarto, acostadas, desnudas, abrazadas y con rastros de sangre seca. Durante el juicio, no se encontró ningún móvil excepcional. No se encontraron maltratos, anomalías, disputas, algo, tan siquiera algo, que hubiese dado motivo a las hermanas. Simplemente la explosión de una furia contenida. El suceso removió durante mucho tiempo la atención de psicólogos, abogados, poetas, cineastas y –como no-  dramaturgos.

Jean Genet, inspirado en el hecho, concibió en 1947 una de las piezas más reconocidas del teatro contemporáneo: Las Criadas, y para iniciar la celebración de su 40° aniversario el Taller Experimental de Teatro (TET) la trae a escena de la mano del director  Guillermo Díaz Yuma.

La propuesta no esconde su interés por la crítica a los estereotipos sociales y busca excavar en la múltiple dimensión humana que se desplaza entre polos. ¿Rebelión de los oprimidos? ¿Simple materialización de la envidia?  Sobre su pertinencia afirma el director: “Me es difícil no relacionar esta obra con el mundo y el país en que vivimos (...) Dos criadas en un continuo ensayo psicótico alimentado por la intolerancia a su condición.” Mónica Quintero, Jariana Armas y Lya Bonilla conforman el elenco que hasta el próximo 22 de abril dará vida a esta sórdida historia en el Teatro Luis Peraza, los viernes y sábados a las 7pm y domingos a las 06 pm. 

Columna publicada el  20/03/2012 en el diario El Nuevo País

"A Germán Mendieta"

Nuevamente el mundo teatral está de luto. Este domingo pasado a las 04 de la tarde en la ciudad de Punto Fijo nos abandonó, yéndose de gira a otros rumbos más propicios para el espíritu el enorme actor falconiano Germán Mendieta (1960 – 2012), inequívoco hombre de teatro como el que más, fundador del grupo Theja, y referencia inquebrantable del Grupo Rajatabla.  

Según él mismo refería, inició su deambular escénico a los once años, aunque no fue sino hasta finales de los setenta cuando entró formalmente en el aprendizaje y práctica teatral. En 1977, abandona sus médanos natales, se radica en Caracas y entra a la Escuela Superior Juana Sujo. Tiempo después pasaría a formar parte de Rajatabla bajo la dirección de  Carlos Giménez y allí emprendería un fructífero viaje que lo llevó a formar parte de los montajes más célebres de la agrupación. Indeleble quedará en la memoria de quienes tuvieron la oportunidad de disfrutarlo, su formidable trabajo en la versión rajatablina de “El Coronel no tiene quién le escriba”, pieza fundamental de la historia del grupo.

El profesionalismo y entereza que mostraba sobre las tablas, también lo asistió en la silla de director, llevando a término casi una decena de piezas con su propuesta estética a la cabeza, entre las que se recuerdan “El maleficio de la mariposa” de Federico García Lorca, “De melocotón a rojo alucinante” y “Pechos de niña” de Romano Rodríguez,  “El peligroso encanto de la ociosidad” de Gilberto Pinto, o “ El rey Mono” de José Domínguez. El último trabajo de dirección que tuvimos la oportunidad de verle fue en el 2010 cuando llevó a escena “El Marinero”, única pieza dramática que se le conoce al poeta portugués Fernando Pessoa. Difícil tarea la de escenificar un texto que pendula delgadamente entre ser poesía o drama. En su momento, le dedicamos las líneas de este espacio remarcando que la puesta en escena ideada por  Mendieta “rescata el carácter onírico del poema, recurre a imágenes que se cuelgan de la imaginación y busca mantener para el público el carácter teatral del poema”. 

Ganó seis premios municipales a Mejor Actor y Mejor Actor de Reparto, entre muchos otros reconocimientos nacionales e internacionales. Se destacó asimismo en el área docente llevando a feliz puerto varias generaciones de estudiantes del T.N.J. El cine (“Homicidio Culposo”, “Una vida y dos mandados”, “Zamora”, entre otras) y la televisión también contaron con su inagotable talento. La pegajosa frase “Este el plátano más bonito que he cosechado. Insensible” de un comercial de platanitos se hizo popular y forma parte hoy de la jerga diaria.  ¡Paz a su alma y aplausos eternos a su obra!

Columna publicada el 13/03/2012 en el diario El Nuevo País

Festival Internacional de Caracas 2012


Y la voz fue escuchada. El vacío anquilosado en el estómago de casi todos los teatreros parece retroceder y con fruición se inicia la cuenta regresiva para el arranque de un nuevo capítulo, luego de años de suspensión, del Festival Internacional de Teatro de Caracas, sin duda el evento más representativo del teatro venezolano en el plano internacional.

1972 fue el año de su fundación y su creador, como no, Carlos Giménez.  Durante más de tres décadas, hasta su abrupta parada en el 2006,  el FITC creció paulatinamente en convocatoria, envergadura, alcance y organización hasta convertirse en uno de los cinco festivales más importantes internacionalmente hablando. En el año 2002, por ejemplo, fue galardonado con el León de Plata de San Marcos, “máximo reconocimiento que se otorga a la interpretación internacional de la escena y el espectáculo en vivo del más alto nivel, a través de la Fundazione Internazionale di Venezia”.

A lo largo de sus ediciones logró traer a nuestros escenarios a las compañías y figuras teatrales más importantes del mundo. Berliner Ensemble (Alemania), La Carnicería y Els Joglars (España), Teatro da Vertigem (Brasil), Peter Brook (Inglaterra), Giorgio Strehler (Italia), Tadeus Kantor (Polonia) fueron algunos de los que vinieron a esta gran fiesta que a lo largo de tres décadas se estableció como una plataforma para masificar el arte escénico en nuestro país, cometido que  mostraba sus frutos cuando en cada edición las colas para comprar boletos eran largas, los llenos en las salas, totales; y las plazas y espacios públicos de representación como Los Próceres o el bulevar de Sabana Grande, lucían abarrotados. Actores, dramaturgos, coreógrafos, escenógrafos, técnicos, creadores, y un público incondicional convergían no sólo para los espectáculos, sino también para los talleres, clases magistrales, foros, seminarios, y demás actividades de intercambio; siendo así, un espacio invalorable para la consolidación de nuestros profesionales y el desarrollo de estéticas. Su pausa -no exenta de odiosas motivaciones políticas, entre otras- significó, pues,  un sismo que hoy parece detener el temblor con su relanzamiento, organizado por la Fundación Festival Internacional de Teatro, presidida por Carmen Ramia.

Esta edición del  FITC 2012 traerá diez compañías extranjeras venidas desde Alemania, Bolivia, Chile, España, Francia, México, Argentina y Ecuador; una selección de once agrupaciones venezolanas y rendirá homenaje al gran José Ignacio Cabrujas. El Teatro de Chacao, Teatro Trasnocho, Espacio Plural , Teatro César Rengifo de Petare, Cinex Tolón y la Asociación Cultural Humboldt, Plaza Bolívar de Chacao,  la Plaza Milenium, la Plaza Alfredo Sadel, y Los Teques, son las salas y espacios alternativos en los que se podrán disfrutar unas sesenta funciones del 29 de marzo al 08 de abril. Por acá estaremos haciéndoles seguimiento. Lo que era una enorme deuda para el mundo teatral venezolano se vislumbra ahora como una nueva etapa, que esperamos permanezca en el tiempo. ¡No más pausas! 

Columna publicada el 03/03/2012 en el diario El Nuevo País

"El Baile de La Hamaca", Carnaval 2012

El Carnaval es una manifestación profundamente teatral. Durante estas festividades, cuyo origen está emparentado a fiestas paganas, entre las que se incluye, según algunos, las festividades en honor al dios Baco,(de dónde se originó también el Teatro) se juega a ser algo que no se es, es una fiesta de inversión en el que los participantes se visten de otro, y temporalmente asumen ser otro, ocultando tras el disfraz y la máscara un yo real. Es decir, todos somos actores. En una delgada línea que une lo profano y lo religioso, el carnaval ha derivado en distintas manifestaciones alrededor del mundo.

Hay en nuestro país variadas tradiciones dentro de la celebración del Carnaval que reflejan en sus ritos una rica teatralidad. Una de estas es el Baile de La Hamaca, expresión popular propia de Puerto Cabello, partiendo de su lugar de asentamiento: el Barrio de San Millán. La costumbre es traída por los comerciantes holandeses y curazoleños, y representa hoy, con ciento cuarenta años de tradición, una valiosa mezcla entre cultura afroamericana, ritos indígenas y manifestaciones europeas. El Baile evoca antiguas costumbres para el traslado de enfermos y entierro de los muertos, y es principalmente, la dramatización de los celos de un hombre que descubre la infidelidad de su mujer, precisamente con el difunto que ahora llevan a “enterrar.”

De una vara larga cuelga la hamaca, un envoltorio de retazos y paja cubierto por una sábana blanca adornada con flores. El lunes de Carnaval se inician los preparativos para el Velorio, que se hará en la noche. Se reza, se toma café y licor y - como no podría faltar en un velorio criollo- se cuentan chistes. Al llegar la medianoche se tocan los tambores, inicia la parranda y las mujeres lloran. El martes hacia el mediodía irrumpe en el velorio una voz que grita: ¡Ya se murió! y todos responden ¡Hay que enterrarla!, y es entonces cuando la hamaca deja el Barrio de San Millán y el cortejo fúnebre recorre las calles de Puerto Cabello bailando y cantando. En un punto, un hombre tumba la hamaca de un garrotazo gritando: ¡Vita Hombrus! ¡Macho yo!; las mujeres entran en crisis y lloran al difunto, la reacción desata los celos y los hombres se enfrentan en una lucha a palos que culmina cuando las mujeres interceden y los invitan a bailar. Los hamaqueros lucen ropas de vivos colores, rostros pintados de negro y cintas en la frente. Las mujeres muy bien adornadas con vestidos floreados y algunas con sombreros. ¡Toda una rica puesta en escena!

Columna publicada el 28/02/2012 en el diario El Nuevo País

"Tres noches para cinco perros"

En abril de 2010 sucede, para desgracia del planeta, el que es considerado el desastre ecológico más grave de este nuevo siglo: la explosión y  hundimiento de la plataforma petrolera Deepwater Horizon ocurrida en el Golfo de México. Unos once trabajadores fallecidos, otras tantas decenas de heridos, el vertido de millones de toneladas de petróleo en el lecho marino con la consecuente muerte de incontables especies de flora y fauna, y la contaminación de casi mil kilómetros cuadrados de litoral son números que dan cuenta de la magnitud de la catástrofe. Sin embargo, detrás de los números, que son claros y directos, se opaca una dimensión que toca aspectos, que ante un suceso como este, invitan a escarbar en las asperezas del hombre como especie depredadora, y al mismo tiempo su impulso solidario en los momentos trágicos. Y es en esta doble dimensión que hurga el dramaturgo Gustavo Ott con su más reciente entrega: “Tres noches para cinco perros”, pieza estrenada el pasado 10 de febrero en el Teatro San Martín bajo la dirección general de Luis Domingo González.

 Tres trabajadores, un ejecutivo de la trasnacional dueña de la plataforma y el espectro de un obrero muerto –acaso una premonición- por inhalación de gas antes de la explosión, son los personajes sobre los que se hila esta historia que pone de manifiesto temas como la avaricia, la locura corporativa, y el compañerismo en la tragedia. Plantea la obra una frontal crítica a las actividades de explotación indiscriminada y recurre a lo largo de sus líneas a llamados ecológicos, fiel al estilo que el autor ha ido decantando en sus trabajos en los que el texto teatral se resiste, por más que se nutra de lo real, a despojarse de la poesía.

De entrada, capta y mantiene la atención la bien lograda escenografía de Rubén León, que recrea la plataforma en tres niveles de altura, apoderándose de todo el espacio útil del escenario y transmitiendo su carácter monumental. La puesta en escena de González abarca los espacios y juega con la verticalidad. Plantea un doble plano de imagen en el que lo real y lo poético conviven y señalan. Además de la dirección, asume el personaje de Wyatt, el obrero muerto, y en este cometido logra convicción y sustancia. Destaca también actoralmente William Escalante (Doug, ejecutivo de la petrolera) quién perfila y transmite la esencia de lobo en piel de oveja que define a su personaje. Ludwig Pineda como el jefe mecánico, muestra una vez más su experiencia escénica y técnica, correcta sí, pero impuesta sobre lo vivaz, lo telúrico. David Villegas como Ismael, no parece variar con respecto a sus interpretaciones en obras anteriores; y José Gregorio Martínez (Joe), cumple con los movimientos y voces, sin asomar la piel de un personaje diferenciado. En profundo, ¡una propuesta que está lejos de hundirse!

Columna publicada el 21/02/2012 en el diario El Nuevo País