Bernarda la matriarca, la tirana, la déspota, la viuda que bajo un luto inquebrantable somete a sus cinco hijas al encierro, al aislamiento. Bernarda, el personaje, el símbolo de un poder tiránico que apoyado en su bastón pretende dictaminar, sin contraposición posible, el derrotero en la vida de quienes le rodean. “La casa de Bernarda Alba”, acaso la pieza más representada del magistral poeta y dramaturgo Federico García Lorca, es un texto que destila la inseparable sinergia poesía-teatro que caracterizó la dramaturgia de este autor, el más grande en la literatura española del siglo XX, nacido en Granada (1898) y muerto absurdamente a balazos durante la Guerra Civil Española (1936).
El Teatro del Contrajuego, bajo la dirección general de Orlando Arocha, sube a las tablas de la Sala 2 del CELARG hasta el próximo 07 de agosto una nueva propuesta de este texto de importancia universal.
El típico e impuesto silencio dominante en la casa-cárcel de Bernarda Alba se ve trastocado por la llegada de Pepe el Romano y su intención de casarse con Angustias. Pepe el Romano, nunca aparece físicamente en la pieza, pero es el catalizador de todo el drama desatado en ella.
Lorca a partir de un universo enteramente femenino, plantea con cada personaje un simbolo, un estereotipo. Angustias,la mayor, ve en su casamiento con el Romano un escape, no una ilusión. Tiene casi cuarenta años, se han apagado en ella pasiones y alegrías y aún así persiste en ella el deseo de ser libre. La menor Adela, de veinte años, encarna la rebeldía, la vitalidad. Desafía de frente el poder de su madre, lo que la conduce a un destino trágico. En el medio de ellas, Magdalena y Amelia, asumen con resignación el yugo materno. Resentimiento y tímidez son los conductores de una existencia que se presiente sin propósito. En Martirio, la frustación de una boda impedida por diferencias sociales es el amargo condimento que agria su devenir. Con la críada Poncia, se hace evidente el clasismo. Por último, María Josefa, madre de Bernarda, una anciana cuya locura le permite expresar lo que las hijas no pueden (ya lo dice el dicho “sólo los locos, los niños y los borrachos dicen la verdad”). En definitiva, todas ellas un colectivo heterogéneo que vive bajo el sofocante dominio de una sola voz, de una única presencia impuesta a la fuerza.
La tradición, el autoritarismo, el deseo de libertad, los prejuicios sociales, son algunos de los tópicos sobre los que versa el autor a través de estos personajes que en poesía, sangre y huesos son interpretados por Diana Volpe, Haydee Faverola, Antonieta Colón, Natalie Cortéz, Jennifer Morales, Carolina Torres, Ana Melo, Gladys Seco, Maritza Briceño y Gema.
Columna publicada el 13/07/2010 en el diario "El Nuevo País"