El mundo cultural está de júbilo con el reconocimiento, por parte de la UNESCO, de nuestros Diablos Danzantes del Corpus Christi como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Si bien los más conocidos son los populares Diablos de Yare, has de saber desprevenido lector, que ésta expresión religiosa de profundo carácter teatral que en la actualidad suma unos cinco mil portadores, tiene otras diez cofradías más (que es su forma de organización) a lo largo y ancho del país, y cada una con características propias y diferenciadas, a saber, Diablos Danzantes de Naiguatá (Edo. Vargas); Diablos Danzantes de San Millán y Diablos Danzantes de Patanemo en el estado Carabobo; Diablos Danzantes de San Rafael de Orituco (Guárico), Diablos Danzantes de Tinaquillo (Cojedes); y los Diablos Danzantes de Cata, de Cuyagua, de Chuao, de Ocumare de la Costa y de Turiamo en el estado Aragua.
El origen de estos ritos se remonta a mediados del siglo XVII y está vinculado a las extensas haciendas de cacao, caña de azúcar y café de la época. A lo largo de su evolución se han afianzado rasgos evidentes de la interacción de las culturas indígena, europea y africana, por lo que hoy día podemos identificar en cada uno de los elementos que la componen atributos de tal sincretismo. Su organización en Cofradías es de orden estrictamente jerárquico siendo el Capataz, Capitán o Diablo Mayor la máxima autoridad, y están conformadas principalmente por varones; aunque en algunas las mujeres participan bien como danzantes, bien como colaboradoras en las fases de preparación. Para recrear el triunfo del Bien sobre el Mal, estos “promeseros” realizan bailes rituales que representan la rendición de los Diablos ante el Santísimo Sacramento. La utilización de máscaras alegóricas al Maligno, o a animales u otras representaciones; un vestuario generalmente multicolor –salvo en Yare que es rojo vivo, o en Tinaquillo donde la combinación rojo-negro prevalece-; accesorios como cascabeles, cencerros, lazos, campanas, pañuelos blancos, reliquias, crucifijos, y una maraca en la mano derecha (reminiscencia de rituales chamánicos) se integran en una expresión que mezcla lo profano y lo sagrado.
La teatralidad que sustenta todo el rito es innegable, maravillosa: improvisaciones, secuencias coreográficas en cruz, en círculos, o serpenteantes, ejecución musical en vivo, con instrumentos de cuerda y/o percusión (de franca influencia africana); hasta personajes como el Arriero, Perrero, o Diablo Suelto quién vigila a los danzantes; o la Sayona, mujer del Diablo y mamá de los niños promeseros o “diablitos”; y la personificación mismísima del Diablo, danzando en retroceso, sumiso y penitente. ¡Felicidades Diablos, nuestra cultura lo merece!
Columna publicada el 11/12/2012 en el diario El Nuevo País