El
arte escénico venezolano bajo este proceso ha vivido una especie de
tragicomedia en la que se turnan la risa y el llanto, el “¡Braavo!” y el
“¡Buuuu!”.
Arropado
todavía con el manto del luto, el país muy lentamente va desprendiéndose del letargo fúnebre. Como en
todo finiquito de una etapa, preciso y natural es que se repase lo dejado
atrás, para bien o para mal. El escenario cultural de estos últimos 14 años
luce, tal como el resto de los espacios nacionales, un cuerpo claroscuro con
aciertos y desmanes no desligados de la purulenta polarización. Parte de la
galería aplaude una gestión reivindicativa, intachable, según su visión, como nunca
antes en la historia republicana; y otra abuchea un manejo de la cultura
signado por la falta de políticas fundamentales, la ideologización del arte, la
exclusión, la presencia inaceptable de censura -auto, previa o posterior- o la campante corrupción en los entes culturales. El arte escénico venezolano bajo este proceso ha vivido, pues, una especie de
tragicomedia en la que se turnan la risa y el llanto, el “¡Braavo!” y el
“¡Buuuu!”, reflejados en algunos acontecimientos puntuales.
Para el aplauso: se crea un ministerio
exclusivo para Cultura, luego de estar brincando del timbo al tambo como
apéndice de Educación o Deportes. Se recuperaron y abrieron al público con una
programación regular los Teatros Nacional, Municipal, Principal, Catia, entre
otros, y se creó el Festival de Teatro de Caracas, eco del otrora festival nacional (si bien estos últimos son
aportes del gobierno de la Alcaldía de Libertador, hago buena su propia
consigna de quitarse los laureles y entregárselos por completo al “Comandante”). Se concretó la creación de la Universidad Nacional Experimental de las Artes
(proyecto que reposaba desde años anteriores), se relanzó la Compañía Nacional
de Teatro y se fundaron las compañías nacionales de Danza, de Música y de
Circo. Se reivindicó la figura de los cultores populares con esfuerzos
importantes desde el Viceministerio de Diversidad Cultural y los programas
sociales de la Casa del Artista.
Para
el abucheo: la exclusión de grupos teatrales en los convenios culturales por no
estar alineados con la revolución, el creciente intervencionismo estatal en la
creación; el desalojo del Ateneo de Caracas (sin que esto implique mi apoyo
irrestricto a la gestión que allí se llevaba), el retiro del apoyo estatal al
Festival Internacional de Teatro de Caracas, en su momento ícono mundial; la
retoma de espacios con el cuento de “dignificarlos” para dejarlos languidecer
(verbigracia la sala Alberto de Paz y Mateos), la falta de una política
cultural nacional coherente, inclusiva, con énfasis en la formación y
desarrollo más que en el "evento"; la profunda partidización de la gestión con la consecuente
colocación en puestos gerenciales de ignorantes e indolentes culturales.
La lista es corta, tanto como el espacio, y no pretende ser una recreación exacta de estos años, sólo un recuerdo de algunos de los hechos más relevantes. Al
cerrarse este telón, ¡lo que prevalece es el silencio!
Columna publicada el 13/03/2013 en el diario El Nuevo País