Detrás de sus caderas fogosas, alborotadas por el mambo, se esconde la estrepitosa caída de una época, de un país, y hasta de un continente.
Culmina la edición 2013 del Festival de Teatro de Autor FESTEA, con el merecido aplauso del deber cumplido. Durante dos semanas el público caraqueño pudo presenciar decenas de propuestas escénicas de agrupaciones amateurs y hacerse una idea de los derroteros que asume nuestro teatro actualmente.
Justamente en el marco del FESTEA, el pasado sábado 03 de agosto en la sala Doris Wells de la Casa del Artista, la gente del Teatro Universitario de la UNESR llevó a escena “La Ventolera soy yo, María Cristina” adaptación del celebrado texto original del –no menos celebrado- dramaturgo José Gabriel Nuñez.
Nuñez, quien como pocos ha sabido acercarse a través de su lírica al universo femenino, presenta en este monólogo a una vedette en decadencia. Son los años 50 del siglo XX. El cabaret ha sucumbido bajo el peso de la censura, la mojigatería y la irrupción indetenible del rock ´n roll. El tiempo del resplandor de María Antonieta Pons, Meche Barba, Ninón Sevilla o la Tongolele ha pasado y en algún oscuro reducto un productor se decide por la nostalgia y organiza un “espectáculo del recuerdo”. Hasta allí va a llegar María Cristina, rumbera venezolana, con sus ropas y nostalgias gastadas a rememorar viejas glorias, a buscar su lugar en el cartel principal del show.
La puesta en escena dirigida por Nino Villezua, abre con la proyección de un documental en blanco y negro que habla del auge y posterior eclipse del cabaret y las rumberas. De artistas que llegaron a acompañar presidentes pasaron a ser fichas anónimas, siluetas olvidadas bregando por sobrevivir en locales de mala muerte. María Cristina –interpretada acá por Jennifer Ibarra- narra su pasado de esplendor y se asume como la más rutilante de las estrellas tropicales, pero al mismo tiempo, el peso de un presente vacuo la convierte en una lastimera figura. Entender a María Cristina es adentrarse en su dimensión menos evidente, dejar a un lado la simpleza de los tacones, las borlas, y el meneo de carnes, para descubrir que detrás de sus caderas fogosas, alborotadas por el mambo, se esconde la estrepitosa caída de una época, de un país, y hasta de un continente con dictaduras militares ya tambaleantes, y que además empezaba a ceder sus espacios a la transculturización. “¡Yo siempre fui demócrata, nunca fui adicta a los miitares!” Se ufana, y como una premonición lanza “¡Cuidado, porque capaz y vuelven esos militares! El discurso de la diva, es también una radiografía social.
Al final, el público ha reído satisfecho. Esperamos con fruición desde ya, una nueva edición, la undécima, del Festival de Teatro de Autor Festea. ¡Y bien por Pathmon Producciones, sus organizadores!
Columna publicada el 06/08/2013 en el diario El Nuevo País
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