En el espacio amplio y negro de un escenario sin aforo domina en el centro un baúl gris, en color y carácter, escoltado por un espejo fragmentado que dependiendo del ángulo desde donde se mire devuelve los rostros de los espectadores, de esos que sentados en las gradas se creen simples testigos de la ficción. Desde el principio el final está claro: asistimos a la última hora en la vida de una actriz que ha le ha dado puerta abierta al hastío y que ha decidido compartir con el público sus reflexiones, sus temores, sus cuestionamientos y además, ese disparo final que la libera de toda amargura. Asistimos pues a una “Muerte en directo”, texto original del consagrado dramaturgo español Guillermo Heras y que la gente del TET (Taller Experimental de Teatro) lleva a escena bajo la dirección general de Gladys Prince en la sala Horacio Peterson de UNEARTES hasta el próximo 13 de junio.
En este monólogo estrenado por el TET originalmente en el 2006, el autor, aplicando la fórmula del teatro dentro del teatro, desarrolla su tesis sobre el arte escénico, no ajena a la autobiografía, y extrapola las consideraciones teóricas sobre las técnicas y métodos de actuación a la vida misma estableciendo la analogía Teatro-Vida-Muerte. Los temores, las posiciones que a lo largo de nuestra existencia asumimos, las contradicciones y las decisiones que nos definen al final del camino, encuentran en la voz de esta protagonista suicida, una vía para exponerse abiertamente con la libertad que da el saberse a las puertas del silencio absoluto.
La puesta en escena ideada por Prince se sustenta en la interpretación de Alma Blanco, quién haciendo honor a su nombre, deja traslucir el espíritu derrotado del personaje, sin aspavientos ni melindres. Una música de fondo permanente se une a una iluminación densa en la construcción de un ambiente espeso, y como si fuesen las grietas de un dique, los fantasmas se van filtrando de a poco y se incrementan hasta llegar a la fatal resolución, que acaso en un guiño al espíritu de la tragedia griega, ocurre fuera de escenario.
Después del ruido seco del disparo, al espectador sólo le queda la certeza de una muerte anunciada, los fragmentos del espejo, ahora roto, que insiste en devolverles su propio rostro, y el gris baúl, que si se le antoja, bien pudiera fungir como metáfora del féretro final que a todos nos espera. ¡Uy, qué miedo!
Columna publicada el 07/06/2010 en el diario "El Nuevo País"
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