Al César lo que es del César: recordarán que hace un par de columnas atrás reseñamos la suspensión intempestiva de la temporada de la pieza “Profundo” de José Ignacio Cabrujas, a realizarse en la Sala Anna Julia Rojas de la UNEARTE. Tal decisión de las autoridades universitarias desató el malestar estudiantil y sin tapujos, gran parte de la comunidad uneartista alzó su voz de protesta. En vez de cauchos quemados y camiones de harina P.A.N. secuestrados, los estudiantes tomaron el performance, la puesta en escena, los carteles, cartas abiertas y citas célebres del teatro como armas para expresar su frustración y desacuerdo.
Lo que parecía a juicio de los afectados una sordera inicial de los “chivos de arriba” (jerga estudiantil, no mía) antes sus quejas, devino en una asamblea realizada el pasado 21 de junio y en la que participaron estudiantes, profesores y autoridades; exponiendo cada cual sus planteamientos. El resultado: las funciones de “Profundo” fueron devueltas a su hábitat natural, el escenario, y completó su temporada los días 25, 26 y 27 pasados en la Sala Anna Julia Rojas.
Al final del cuento, la “falla técnica detectada a último momento”, argumento oficial de la UNEARTE para suspender la pieza, no tenía tras bambalinas más que la firme convicción de que el montaje no tenía la calidad esperada y bueno, no era deseable ponerse en evidencia, por lo que se hacía necesario “proteger a los estudiantes y a la universidad”, como se hizo público y notorio durante la asamblea. Y digo yo, esos actores, productores y diseñadores que participaron en “Profundo” fueron formados por esa misma casa de estudios que ahora considera que, aún estando en noveno semestre y listos para graduarse, no dan la talla. ¿Reflexionar o no reflexionar?, he ahí el dilema. Y una vez reflexionado, ¿accionar o no accionar?
Pero, nada, aplausos totales para el Consejo Directivo, los estudiantes, profesores y comunidad uneartista en general quienes lograron poner sobre la mesa la utilidad implacable del diálogo, la siempre infalible poción mágica del escuchar y ser escuchado. Que sirva este episodio para rescatar a tiempo la vapuleada autocrítica, pero la real, la objetiva, la constructiva; no esa acomodaticia al estilo de “es verdad, mi defecto es querer que todo salga bien, soy muy perfeccionista, ¡demonios!”.
Columna publicada el 06/07/2010 en el diario "El Nuevo País"
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