Las primeras referencias que tuve de Haití, siendo todavía un niño, eran felices y dulces. Todas las semanas preguntaba de dónde es que era ese acento sabrosón de Jean, el heladero que fielmente esperaba a la salida del colegio y mamá, pacientemente, todas las semanas me explicaba “de Haití , Manuelito, de Haití”. Para mí yo de ocho o diez años, los haitianos eran la gente más chévere del mundo, pues los pocos que conocía se dedicaban al mejor oficio que podía existir:vender helados. Ya adolescente, las noticias de repetidas crisis políticas, golpes de estado e inestabilidad social despertaron mi curiosidad por aquella región de las Antillas Mayores, que junto con la República Dominicana conforma lo que antiguamente Colón bautizó como La Española.
Indagando sobre la tierra natal de Jean, me sorprendió saber que había sido el segundo país en nuestro continente en declarar su independencia, luego de que lo hiciera Estados Unidos. Y además fue la primera nación del mundo en la que los esclavos lograron la abolición de ésta práctica denigrante. Ambas distinciones evidencian el carácter rebelde del pueblo haitiano. Y es precisamente ese carácter el que sale a relucir en el proyecto “Kombit” desarrollado por la Compañia Nacional de Teatro en coproducción con la comunidad haitiana asentada en nuestro país, y que este pasado fin de semana cerró un nuevo ciclo en funciones desde el viernes 04 al domingo 06 de diciembre, luego de una primera temporada realizada del 08 al 11 de octubre pasados.
“Kombit” es una propuesta en la que el espectador hace un recorrido cultural, étnico, político e histórico por Haití, a través de varias estaciones instaladas en los jardines del Museo de Ciencias. El sincretismo, las costumbres, los rostros, los dolores y las alegrías de esta pedazo caribeño se transitan desde una puesta en escena de marcado énfasis documental, diseñada teatralmente para que el asistente sea partícipe de una experiencia en la que la imagen, la música, la danza y la religión se integran para acercarnos a la identidad haitiana. En los 45 minutos que dura el recorrido hasta se puede presenciar una caimanera de fútbol, deporte de importancia fundamental en su día a día (ya fueron a un Mundial y todo).
Al final, se cierra la travesía con un baile en el que se funden público y artistas, amenizados por una música en vivo cantada en kreyól (creole o criollo) el idioma que les distingue, y que comparte con el francés como lengua oficial. Yo como no bailo ni los ojos, me hice más al jamaiquino y ¡huí marcando 100 mts en menos de 10 segundos!
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