martes, 9 de abril de 2013

"Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros"

La organización del XVIII Festival Internacional de Teatro de Caracas 2013 no pudo haber hecho mejor elección para su inauguración que la compañía La Zaranda, Teatro Inestable de Andalucía la Baja, asiduos participantes de este certamen desde la década de los 90. Este colectivo con más de treinta años de trayectoria se ha convertido en una especie de grupo de culto para los seguidores de la buena escena alrededor del mundo, sustentado en una propuesta visual, en un lenguaje alegórico, que siempre, siempre, deja al arte teatral bien parado como vehículo de expresión y confrontación.

“Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros” original de Eugenio Calonge (dramaturgo y fundador de la compañía) abrió telones para el festival el pasado 21 de marzo en el Teatro Chacao. Este texto plasma la enfermedad de una sociedad desmembrada, inmoral, tan cercana a la podredumbre, casi como un cadáver insepulto. Y es que en una antigua mansión, tres personajes deambulan como fantasmas, como entes que aunque ostentan todavía el don de la respiración, la muerte ya los ha alcanzado, el tiempo ha cumplido su devastador propósito, y sólo les queda el apego a las reminiscencias de un pasado otrora glorioso. Una anciana decadente, enferma, mutilada en cuerpo y espíritu, última representante de un prominente abolengo; su criada, también en las últimas y atenta a heredar los despojos, y un sobrino anodino, pariente lejano recién aparecido que también aspira a pescar en río revuelto, hilan una historia tan luctuosa como enfática al exponer “una lectura soterrada de la realidad que atravesamos, un mundo disecado en el que ya no se generan ideas nuevas sino que sólo se buscan intereses mezquinos”.

La puesta en escena, bajo la dirección de Francisco Sánchez (Paco de la Zaranda) convierte la antigua casa en un espacio lleno de sombras, en el que la muerte vence constantemente. Cuatro ventiladores, un viejo reloj de piso, y algunas sillas van conformando un espacio cambiante, desprendiéndose de sus formas originales y asumiendo poéticamente nuevas funcionalidades: el reloj llega a ser un ataúd, los ventiladores, un balcón; las sillas una cama. La presencia y uso permanente de sábanas, calcan en el espectador la imagen constante de la mortaja, el asedio inevitable de la ceniza. Las interpretaciones, ofrecen por un lado una expresividad corporal sin grietas, cuerpo y voz perfilando caracteres únicos; y por otro la metáfora ineludible de la ruina espiritual de nuestro tiempo. Sin duda un espectáculo más que digno, que con elaborado humor negro, ¡impacta, conmueve conecta y abofetea! 

Columna publicada el 26/03/2013 en el diario El Nuevo País

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