jueves, 14 de marzo de 2013

"Diógenes y las camisas voladoras"

Cuando la verdad es inevitable, Orozco y Velásquez discuten sobre la conveniencia del secreto individual o el secreto de Estado. 


El 3 de septiembre de 1945 en la agenda del candidato a la presidencia por el PDV, Diogenes Escalante, figuraba un desayuno en el Palacio de Miraflores con el presidente Isaías Medina Angarita y luego, un almuerzo con los dirigentes Rómulo Betancourt, Rómulo Gallegos y Raúl Leoni. Escalante contaba con el consenso de casi todo el espectro político y se enrumbaba a una segura elección que significaba la impostergable transición civil y democrática del país. Pero esa mañana, no acudió a la cita con el primer mandatario pues “sus camisas –alegó- se habían ido volando por la ventana”. Una junta médica determinó poco después su insania mental, se derogó su candidatura y el país tomó un rumbo imprevisto. Para muchos historiadores, el suceso cambió nuestra historia contemporánea. Tan trágico como absurdo, este episodio que ha sido reiterado en la literatura nacional en ensayos y novelas como "El Pasajero de Truman" de Franscisco Suniaga o "Amores de última página" de Oscar Yánez , ahora es teatralizado en la pluma de Javier Vidal con la obra “Diógenes y las camisas voladoras”, que bajo la dirección de Moisés Guevara colmó las butacas del Teatro Nacional los días 02 y 03 de marzo en el marco del Festival de Teatro de Caracas 2013. 

 El texto de Vidal, quién también interpreta al malogrado candidato, reúne en la suite presidencial del Hotel Ávila a Escalante, su secretario privado Hugo Orozco y al joven abogado Ramón J. Velásquez, y a través diálogos sazonados con el sabroso acento “gocho”, satiriza este capítulo inaudito. Con un enorme lienzo de Cabré de fondo y una recreación mobiliaria de época, la puesta en escena ideada por Guevara reúne elementos del tradicional sainete matizados por una contemporaneidad y un naturalismo bien concebidos. En principio conocemos al protagonista, sus gustos, sus reflexiones, su vida de hombre mundano. Luego, a medida que avanza su locura, su presencia en el escenario se diluye paulatinamente hasta llegar a ser una gran sombra detrás del lienzo. Cuando la verdad es inevitable, Orozco y Velásquez discuten sobre la conveniencia del secreto individual o el secreto de Estado, deliberan sobre la responsabilidad de entregarle el poder a un hombre sin saber si está en condiciones de asumirlo. La obra rebosa vigencia e invita a la reflexión desde una perspectiva entretenida, fresca, con un humor criollo y elegante. 

Vidal insufla su personaje de una vitalidad pasmosa, reconfirmación de su probada calidad histriónica. Jan Vidal Restifo (Orozco) y José Miguel Dao (J. Velasquez) resuelven con aplomo y disciplina el equilibrio entre humor y seriedad que sus pares ficticios demandan. La feliz comunión del espectador con esta propuesta confirma además el acierto y la necesidad de seguir priorizando un teatro que nos hable de nosotros. ¡Materia de sobra hay en los baúles de la venezolanidad!

Columna publicada el 05/03/2013 en el diario El Nuevo País

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