El macabro latinoaméricano, nuestra relación con el fenómeno de la muerte, esa condición de inverosimilitud que nos caracteriza tiene en la muerte de Eva Perón un botón de muestra del tamaño de un gong. Este personaje de innegable trascendencia en la historia argentina y latinoaméricana logró en vida movilizar incontables como contradictorios sentimientos, y su muerte, acaecida por un cáncer de cuello uterino a la cristiana edad de treinta y tres años (coincidencia que la empuja aún más al plano del culto), se convirtió en un eslabón adicional de esa cadenita delgada que parece separar nuestra realidad de nuestra ficción.
Su cadáver fue momificado, y puesto en capilla ardiente por casi un mes, primero en la Confederación General del Trabajo y luego en el Congreso; la procesión que seguía el féretro se extendía por más de dos kilómetros. El cuerpo permaneció luego en la CGT por más de dos años recibiendo constantes visitas y muestras de afecto. Hasta ahí, nada fuera de lo esperado para un personaje con su arrastre. Y he aquí que ocurre el golpe de estado que derroca a Perón y el nuevo gobierno encabezado por el General Aramburu ordena la desaparición del cadáver. Durante los siguientes catorce años, el cuerpo de Eva Perón realizó un periplo perverso:estuvo escondido en depósitos mlitares, rodando en furgonetas, colocado de pie en una oficina militar, llevado a Italia y enterrado con una identidad falsa en complicidad con el Vaticano, vuelto a desenterrar y llevado a Madrid. No sería sino hasta 1976, que un nuevo gobierno, nacido, como no, de un golpe de estado, devolvería los restos a la familia y finalmente depositado en un mausoleo, donde se mantienen desde entonces (por lo menos eso creemos, si es que no lo han vuelto a sacar de paseo).
Toda esta increíble situación le abrió el apetito al dramaturgo Gustavo Ott, quién realizó una exhaustiva investigación al respecto que dio como resultado “Momia en el closet”, pieza que bajo la dirección de Costa Palamides llevó a escena la gente del Teatro San Martin.
En clave de musical, la pieza se pasea por los episodios más relevantes del lúgubre juego que envolvió al cadáver de Evita, y lo traspola además a una gran metáfora del ser y quehacer latinoaméricano. Esa profanación sufrida a manos de los poltíticos, la iglesia y los militares, la sufriría (y sufre) de igual modo todo nuestro continente.
La puesta en escena, resuelta con sencillez por Palámides, hace gala de una mezcla de sátira, poesía y humor negro para exponernos sin tapujos el absurdo que nos define. Actuaciones correctas del elenco compuesto por Verónica Arellano, David Villegas, Valeria Castillo, José Gregorio Martínez, José Luis González y el propio Costa; logran mantener la atención durante las casi dos horas del espectáculo, aunque – y es un detalle a tener muy en cuenta- las recurrentes deficiencias a nivel de canto: desafinaciones, volúmenes, sincronía; atentaron despiadadamente contra la propuesta, lo que al tratarse de un musical adquiere una importancia inestimable.
Columna publicada el 12/04/2011 en el diario "El Nuevo País"
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