El universo femenino, insondable y atractivo como es, resulta un campo fértil para explorar desde las infinitas posibilidades de la escena. En este delicado reto se enrumbó la gente de Metáfora Teatro con su espectáculo “Sangre”, representante del estado Miranda en la recién finalizada Muestra Nacional de Coproducciones de la CNT, y en la que fuimos invitados a formar parte del panel crítico (Valga el agradecimiento).
“Sangre” tiene su origen en un taller de dramaturgia que dio como resultado una propuesta que conjuga cinco historias sobre la mujer, escritas y actuadas por mujeres. Cada intérprete, en doble rol de dramaturga y actriz, expuso sobre el escenario su visión sobre alguna arista del complejo mundo femenino. Así, en “Miss Invisible” de Dayana Castillo, se constata la búsqueda inacabable y frustrada de la hermosura en el país de “las mujeres más bellas del universo”. Se reflexiona, con ánimos de ser mordiente, en la enfermiza obsesión por la figura, inoculada desde la niñez con el sueño recurrente de ser una de las elegidas de Osmel Sousa, consecuencias mortales de por medio. La interpretación resulta insustancial queriendo forzar el drama, sin entender que es desde el actor mismo que nace la verdad escénica.
En “Amor Consanguíneo” (Nataly Aguilar), asistimos a una especie de Medea moderna que se inmola junto a sus hijos para protegerlos de una enfermedad mortal. Una defensa constante del amor maternal que deviene en demencia homicida. Tema harto interesante que pierde contundencia ante un abordaje estruendoso del personaje que de entrada vende su angustia a gritos en perjuicio de su evolución escénica. “Sentimiento solapado” de Solangel Morales se adentra en la mujer como objeto de consumo, y “La Dirección exacta” de Marlene Rodríguez presenta a la fémina emancipada que decide su propio rumbo; ambos textos resultan crípticos en desarrollo, planteamiento y resolución.
Desenfadada luce Lorena Aguilar en “No Princesa”, en la que con humor busca destruir el arquetipo de la mujer “rosa”, que tiene en Romeo o en el Príncipe Azul cifradas esperanzas. La mujer moderna, parece decirnos, retoma su individualidad y se reconoce en su justa dimensión, no dependiente más que de sí misma para realizarse.
En general, la puesta en escena, dirigida por Heli Uzcátegui no presentó mayor reto que mover a los personajes, en cada una de las piezas, de un extremo a otro del escenario, sin marcar diferencias, sin matices o planteamiento escénico y estético a decodificar. Urge la revisión y trabajo contínuo para el logro de la pieza. ¡Se aplaude el esfuerzo y el arrojo!
Columna publicada el 27/11/2012 en el diario El Nuevo País
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