El telón nuevamente se ha cerrado en un luto doloroso,
la cámara se ha apagado, y al igual que todos los que la conocimos –mucho o
poco- y admiramos profundamente; se
dejan arropar por un silencio respetuoso que se extiende al estudio de
grabación, al set de filmación, al escenario. El pasado miércoles sucumbió víctima de un cáncer de pulmón,
contra el que luchó con toda entereza, la actriz Lourdes Valera (1963-2012), a
quién dedicamos estas líneas.
Egresada en Comunicación Social de la UCV, inició su
carrera artística en el teatro infantil con la Compañía de Lily Álvarez Sierra
a los once años. A los dieciséis entraría a trabajar en Radio Caracas en el
programa “El niño de papel” de Carlos Villagrán (el conocido Kico de El Chavo),
luego pasaría a “Radio Rochela”,
programa ícono de nuestra televisión, y allí se consolidaría como una gran
comediante, sin abandonar nunca su accionar en las tablas de las que decía eran
su pasión mayor pues sólo en el teatro podía establecer relación con el
público, percibirlo, recibirlo, y
retroalimentarse de su energía.
Su consagración en la telenovela le llegó con su
participación en “Leonela” y a partir de
allí se afianzó también en el género dramático, demostrando ser una artista integral
y versátil. La Vida Entera, Ciudad Bendita, Cosita Rica, Guerra de
Mujeres, Amantes de Luna Llena, El País de Las Mujeres, Contra Viento y Marea,
Cruz de Nadie, Las Dos Dianas, Señora, Cristal, Topacio; se cuentan entre las muchas
producciones -que son hoy clásicos de la televisión- en las que demostró su
talento. En el cine: Patas Arriba (recientemente en cartelera), Taita Boves, El
Enemigo, 13 Segundos, Rosa de Francia, Desnudo con Naranjas. En todas conmovió,
divirtió, profundizó.
La última vez que tuvimos ocasión de verla en las
tablas fue en “A 2,50 la cuba libre” reseñada en este espacio, y en esa
oportunidad describíamos su actuación en la pieza de Ibrahim Guerra como
“soberbia y conmovedora”. En obras recientes como “Confesiones de mujeres de
30”, “Locas, trasnochadas y melancólicas”, también desplegó su enorme entrega
al oficio, el cual ejercía con inamovible disciplina, responsabilidad y
puntualidad. En 1993 se casó con el
cineasta Luis Alberto Lamata, “el príncipe con el que soñaba, pero que no llegó
a caballo, sino con una cámara de cine encima” y con el que compartió casi dos
décadas de vida y profesión. “Cada vez que me monto
en el escenario, siento que estoy jugando y es rico que me dejen jugar a esta
edad”, decía. ¡Aplausos, aplausos
eternos para la eterna Lulú!
Columna publicada el 08/05/2012 en el diario El Nuevo País
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