Todo
aquél que se enfrente al status quo es, por defecto, considerado insano. Todos
tenemos un lugar y en él debemos permanecer, y así hay que pensar.
Orlando
Nuñez lleva treinta años de obrero en una metalúrgica. Orlando Nuñez nunca ha
faltado a su trabajo y nunca ha llegado tarde. Orlando Nuñez es la envidia de
su barrio, porque dentro de la miseria, en un poco menos miserable, tiene
trabajo. Orlando Nuñez en una pieza más que hace funcionar al gran monstruo de
brazos metálicos que con un sonido
intermitente y constante produce riqueza, pero no para él. Pero hoy, Orlando
Nuñez es un paciente en el consultorio de la psicóloga de la empresa y tiene
que dar explicaciones. Sobre esta premisa gira “La empresa perdona un momento
de locura”, una de las más de cien obras del prolífico Rodolfo Santana (Premio
Nacional de Teatro 1970) y que ve luz
bajo la tramoya del Teatro Nacional de la mano de Salamandra Teatro bajo la dirección de Freddy
Pereyra.
El
movimiento teatral de nuestra provincia, muchas veces desapercibido, casi
invisible, para los escenarios y público
capitalinos, se hace presente con la visita de esta agrupación tachirense
quienes se han puesto la tarea de mostrar una de las piezas más representadas
del dramaturgo nacido en Guarenas.
La
obra es básicamente el diálogo y las acciones que se dan entre el obrero
Orlando y la psicóloga de la compañía para la que trabaja, quién busca
determinar el ataque de “histeria paranoide” que sufre el empleado luego de ver
cómo una de las máquinas troqueladoras cercena la mano de un aprendiz. Ante el
dantesco cuadro, el anciano obrero ataca las máquinas y estalla en improperios
hacia la empresa, su presidente y su junta directiva. Esto, por supuesto, es
tomado como un acto de locura, ironía ex-profeso, y requiere más atención que
el accidente en sí.
Una
silla y un escritorio son los únicos elementos en escena, el resto es
responsabilidad de los actores, quienes a lo largo de la trama van, hurgando
uno-la psicóloga-, y descubriéndose el otro-Orlando-, hasta dejar asentado que cada quién forma
parte de una estructura inamovible. Todo aquél que se enfrente al status quo
es, por defecto, considerado insano. Todos tenemos un lugar y en él debemos
permanecer, y así hay que pensar. Es la fórmula para el sojuzgamiento, para el
dominio. El final de la pieza no deja lugar a equívocos.
El
personaje de Orlando es ricamente interpretado por Pereyra, expresando en su
desarrollo las distintas emociones que brotan de sus evocaciones del pasado y
de la tragedia y confusión del presente. Conmueve y mantiene la conexión con la
obra, se desplaza con tuétano por la escena, por el texto y el escenario. La
psicóloga interpretada por Nilka Vélez,, muestra, en contraste, una
superficialidad que más pertenece a la actriz que al personaje, echando mano de
gestos, inflexiones y posturas preconcebidas sin una exploración profunda del
mismo, sólo formas que dejan a un lado su dimensión humana, que independiente
de su cuestionable papel en la trama, la tiene. La puesta en escena apuesta por
la fortaleza del texto, un acierto, ya que éste ha demostrado su probada
solvencia.
Columna publicada el 17/04/2012 en el diario El Nuevo País
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