El pasado 27 de marzo se celebró una vez más el Día
Mundial del Teatro, conmemoración que ya arriba a sus cincuenta años desde que
fuese instaurada por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y del Instituto Internacional
del Teatro (ITI) en el año 1962.
Como eje central de la celebración, el ITI le confiere
a alguna personalidad vinculada al arte escénico la distinción de redactar y
transmitir un mensaje dedicado al oficio más antiguo del mundo (que según
afirmara el gran Lawrence Olivier, es la actuación, estimado lector, y no el que usted está erróneamente
acostumbrado a tomar como tal). Arthur Miller, Pablo Neruda, Judi Dench, Peter
Brook, son algunos de los que han gozado tal privilegio. Este año la distinción
de elaborar el mensaje recayó sobre el afamado actor, productor y director
estadounidense de teatro, cine y televisión John Malkovich, y cómo es la
tradición, se tradujo a más de veinte idiomas y se leyó en los teatros
alrededor del mundo justo antes de la función de ese día.
En sus palabras
Malkovich se dirige principalmente a los intérpretes, a sus colegas, y
los insta a atender el oficio haciendo hincapié en el carácter reflexivo del
arte escénico. Así nos dice: “Que su trabajo sea convincente y original. Que sea
profundo, conmovedor, reflexivo y único. Que nos ayude a reflejar la cuestión
de lo que significa ser humano y que dicho reflejo sea guiado por el corazón,
la sinceridad, el candor y la gracia. Que superen la adversidad, la censura, la
pobreza y el nihilismo, algo a lo que, ciertamente, muchos de ustedes estarán
obligados a afrontar. Que sean bendecidos con el talento y el rigor necesarios
para enseñarles cómo late el corazón humano en toda su complejidad, así como
con la humildad y curiosidad necesarias para hacer de ello la obra de su vida.
Y que sea lo mejor de ustedes - ya que será lo mejor de ustedes, y aun así, se
dará sólo en los momentos más singulares y breves - lo que consiga enmarcar esa
que es la pregunta más básica de todas: "¿Cómo vivimos?" ¡Buena Suerte!".
Aplausos nunca sobran para tales consideraciones. La
fecha debe servirnos a todos los que nos dedicamos a este oficio para una
revisión tan necesaria como propicia. Autenticidad, talento no desligado del
rigor, humildad, curiosidad, profundidad; virtudes que debieran signar al
profesional de las tablas. Que el trabajo que hacemos no sea sino una posición
sobre lo humano y frente a lo humano. Que nuestro teatro no se permita la
futilidad, el hacer por hacer, el hacer mediocre e insustancial. Que
desarrollemos fortaleza para no sucumbir ante la adversidad, entre ellas, el
aislamiento o la censura, o la peor de todas, la autocensura. ¡Que seamos
dignos de llamarnos teatreros!
Columna publicada el 03/04/2012 en el diario El Nuevo País
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