Estos días de junio traen consigo una manifestación fundamental dentro del patrimonio cultural que nos identifica: los Diablos Danzantes del Corpus Christi. Aunque los más conocidos son los de la población mirandina de Yare, ésta expresión religiosa de profundo carácter teatral que en la actualidad suma unos cinco mil portadores, se celebra también en los estados Vargas (Naiguatá); Carabobo (San Millán y Patanemo), Aragua (Cata, Cuyagua, Chuao, Ocumare de la Costa y Turiamo); Guárico (San Rafael de Orituco) y Cojedes (Tinaquillo).
El orígen de estos ritos se remonta a mediados del siglo XVII y está vinculado a las extensas haciendas de cacao, caña de azúcar y café. A lo largo de su evolución se han afianzado rasgos propios de la interacción de las culturas indígena, europea y africana, por lo que hoy día podemos identificar en cada uno de los elementos que la componen evidencias de tal sincretismo. Su organización en Cofradías data de los siglos XVII,XVIII y XIX, es jerárquica siendo el Capataz, Capitán o Diablo Mayor la máxima autoridad; y están conformadas principalmente por varones, aunque en algunas las mujeres participan bien como danzantes, bien como colaboradoras en las fases de preparación. Para recrear el triunfo del Bien sobre el Mal, estos “promeseros” realizan bailes rituales que significan la rendición de los Diablos ante el Santísimo Sacramento. La utilización de máscaras alegóricas al Maligno, animales y otras representaciones; un vestuario generalmente multicolor -salvo Yare en donde prevalece el rojo vivo y Tinaquillo donde la combinación rojo-negro acaricia la retina-; accesorios como cascabeles, cencerros, lazos, campanas, pañuelos blancos, reliquias, crucifijos, y demás; y una maraca en la mano derecha (reminiscencia de rituales chamánicos) se integran en diversas expresiones de carácter profano y sagrado. La teatralidad es incorregible, maravillosa, y abarca desde improvisaciones, secuencias de pasos en cruz, ejecución musical en vivo, con instrumentos de cuerda y/o percusión (de franca influencia africana); hasta personajes como el Arriero, Perrero o Diablo Suelto quién vigila a los danzantes, o la Sayona, mujer del Diablo y mamá de los niños promeseros o “diablitos”; y la personificación mismísima del Diablo, danzando en retroceso, sumiso y penitente.
Este año se ha elevado ante la UNESCO la solicitud para ser reconocidos como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, ¡que las maracas suenen y el Santísimo lo conceda!
Columna publicada el 20/06/2011 en el diario El Nuevo País
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