En abril de 2010 sucede, para desgracia del planeta, el que es considerado el desastre ecológico más grave de este nuevo siglo: la explosión y hundimiento de la plataforma petrolera Deepwater Horizon ocurrida en el Golfo de México. Unos once trabajadores fallecidos, otras tantas decenas de heridos, el vertido de millones de toneladas de petróleo en el lecho marino con la consecuente muerte de incontables especies de flora y fauna, y la contaminación de casi mil kilómetros cuadrados de litoral son números que dan cuenta de la magnitud de la catástrofe. Sin embargo, detrás de los números, que son claros y directos, se opaca una dimensión que toca aspectos, que ante un suceso como este, invitan a escarbar en las asperezas del hombre como especie depredadora, y al mismo tiempo su impulso solidario en los momentos trágicos. Y es en esta doble dimensión que hurga el dramaturgo Gustavo Ott con su más reciente entrega: “Tres noches para cinco perros”, pieza estrenada el pasado 10 de febrero en el Teatro San Martín bajo la dirección general de Luis Domingo González.
Tres trabajadores, un ejecutivo de la trasnacional dueña de la plataforma y el espectro de un obrero muerto –acaso una premonición- por inhalación de gas antes de la explosión, son los personajes sobre los que se hila esta historia que pone de manifiesto temas como la avaricia, la locura corporativa, y el compañerismo en la tragedia. Plantea la obra una frontal crítica a las actividades de explotación indiscriminada y recurre a lo largo de sus líneas a llamados ecológicos, fiel al estilo que el autor ha ido decantando en sus trabajos en los que el texto teatral se resiste, por más que se nutra de lo real, a despojarse de la poesía.
De entrada, capta y mantiene la atención la bien lograda escenografía de Rubén León, que recrea la plataforma en tres niveles de altura, apoderándose de todo el espacio útil del escenario y transmitiendo su carácter monumental. La puesta en escena de González abarca los espacios y juega con la verticalidad. Plantea un doble plano de imagen en el que lo real y lo poético conviven y señalan. Además de la dirección, asume el personaje de Wyatt, el obrero muerto, y en este cometido logra convicción y sustancia. Destaca también actoralmente William Escalante (Doug, ejecutivo de la petrolera) quién perfila y transmite la esencia de lobo en piel de oveja que define a su personaje. Ludwig Pineda como el jefe mecánico, muestra una vez más su experiencia escénica y técnica, correcta sí, pero impuesta sobre lo vivaz, lo telúrico. David Villegas como Ismael, no parece variar con respecto a sus interpretaciones en obras anteriores; y José Gregorio Martínez (Joe), cumple con los movimientos y voces, sin asomar la piel de un personaje diferenciado. En profundo, ¡una propuesta que está lejos de hundirse!
Columna publicada el 21/02/2012 en el diario El Nuevo País
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