El Carnaval es una manifestación profundamente teatral. Durante estas festividades, cuyo origen está emparentado a fiestas paganas, entre las que se incluye, según algunos, las festividades en honor al dios Baco,(de dónde se originó también el Teatro) se juega a ser algo que no se es, es una fiesta de inversión en el que los participantes se visten de otro, y temporalmente asumen ser otro, ocultando tras el disfraz y la máscara un yo real. Es decir, todos somos actores. En una delgada línea que une lo profano y lo religioso, el carnaval ha derivado en distintas manifestaciones alrededor del mundo.
Hay en nuestro país variadas tradiciones dentro de la celebración del Carnaval que reflejan en sus ritos una rica teatralidad. Una de estas es el Baile de La Hamaca, expresión popular propia de Puerto Cabello, partiendo de su lugar de asentamiento: el Barrio de San Millán. La costumbre es traída por los comerciantes holandeses y curazoleños, y representa hoy, con ciento cuarenta años de tradición, una valiosa mezcla entre cultura afroamericana, ritos indígenas y manifestaciones europeas. El Baile evoca antiguas costumbres para el traslado de enfermos y entierro de los muertos, y es principalmente, la dramatización de los celos de un hombre que descubre la infidelidad de su mujer, precisamente con el difunto que ahora llevan a “enterrar.”
De una vara larga cuelga la hamaca, un envoltorio de retazos y paja cubierto por una sábana blanca adornada con flores. El lunes de Carnaval se inician los preparativos para el Velorio, que se hará en la noche. Se reza, se toma café y licor y - como no podría faltar en un velorio criollo- se cuentan chistes. Al llegar la medianoche se tocan los tambores, inicia la parranda y las mujeres lloran. El martes hacia el mediodía irrumpe en el velorio una voz que grita: ¡Ya se murió! y todos responden ¡Hay que enterrarla!, y es entonces cuando la hamaca deja el Barrio de San Millán y el cortejo fúnebre recorre las calles de Puerto Cabello bailando y cantando. En un punto, un hombre tumba la hamaca de un garrotazo gritando: ¡Vita Hombrus! ¡Macho yo!; las mujeres entran en crisis y lloran al difunto, la reacción desata los celos y los hombres se enfrentan en una lucha a palos que culmina cuando las mujeres interceden y los invitan a bailar. Los hamaqueros lucen ropas de vivos colores, rostros pintados de negro y cintas en la frente. Las mujeres muy bien adornadas con vestidos floreados y algunas con sombreros. ¡Toda una rica puesta en escena!
Columna publicada el 28/02/2012 en el diario El Nuevo País
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