Ya entramos en la segunda década del milenio. Pareces hasta curioso puesto que hace nadita estábamos vueltos locos porque el mundo como lo conocemos se iba al rábano por el fenómeno del Y2K. El apocalipsis era inminente, las máquinas se rebelarían inspiradas por sus antecesoras de Terminator o Blade Runner, y pondrían al mundo de cabeza porque al genio humano, cuando las programó, no se le ocurrió que los dos ceros al final de las fechas ellas los interpretarían como 1900 y no 2000. Por supuesto, eso creaba la sospecha de que la mente maestra de nuestras esclavas cibernéticas las llevaría a la venganza, y que después de la doceava campanada se daría el golpe y el planeta entraría en un caos irreconocible. Eeeeh… pues no, ya sobrevivimos el primer decenio, y seguimos haciendo de las nuestras, y aunque sí es verdad que el caos es cada vez mayor, la responsabilidad de ello cabe enteramente en nuestro propio peculio. Ya lo decía el dramaturgo Oscar Wilde: “La Tierra es un gran teatro, pero tiene un elenco deplorable”.Pero bueno, mejor no empezar este 2011 con halos de pesimismo; antes bien, acomodémonos cómodamente en nuestra poltrona, surtámonos de nuestro gajo de uvas cual senador romano, y enumeremos los deseos que para este nuevo año se imponen (en lo que nuestro campo atañe):
Que se abran muchos nuevos espacios de representación, salas convencionales y experimentales, dotadas de recursos técnicos y humanos de primera y accesibles a agrupaciones y público. Que se apruebe e implante un efectivo sistema de seguridad social que ampare a los artistas y hacedores culturales, a todos, todos esos hombres y mujeres que hacen posible que la cultura exista, se desarrolle y nos nutra. (Además es una ecuación simple: se desarrolla la cultura, se desarrolla el país). Que el Estado convoque de manera abierta y plural a las agrupaciones de todo el territorio a mesas de trabajo reales en las que se asignen los recursos a partir del valor, impacto, pertinencia y calidad del proyecto, y no del color de la franela. Que se trague grueso y se acepte el arte responsablemente crítico, que sirva para rectificar, no para reprimir. Que la empresa privada entienda cada vez más que el apoyo al arte es también responsabilidad social. Que haya más y más teatro reflexivo, con contenido, y menos evasivo. Que haya más de “autor” y menos de “de divorciados, de confesiones, de pelotas, de cornudos, de orgasmos, de solo para ellas”, etc. ¡Y que -parafraseando a Wilde- el elenco de este gran teatro sea cada vez menos deplorable!
Columna publicada el 04/01/2011 en el diario "El Nuevo País"
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