La primera semana de enero se puso sobre el tapete una interesante discusión que ha tenido en las redes sociales locales una resonancia considerable. Resulta que la gente del teatro en Gran Bretaña ha hecho evidente sus quejas ante la proliferación de cursos de actuación privados, muchos de ellos “express”, acercando peligrosamente el oficio teatral a la piratería. La discusión iniciada por los británicos tuvo eco en nuestro medio, pues tal situación ocurre con los mismos niveles de preocupación en este lado del charco, y sin que medie el flematico orden inglés como atenuante, sino el arrebatado bochinche caribeño como agravante.
Ábrase los clasificados de algún periódico de circulación nacional, o fíjese en las cabinas de los poco teléfonos públicos que aún sobreviven y encontrará más de una oferta de cursos de actuación (unos abarcan algunos meses, pero los hay de incluso de un fin de semana), que además de garantizarle que saldrá hecho todo un afilado intérprete, prometen que junto con el diploma viene enrollado un contrato para televisión o publicidad o cine, que lo disparará a la fama y fortuna inmediata e inevitablemente. Como en todo oficio, en el arte escénico pululan los oportunistas, los piratas, los estafadores. ¿Como hacer frente a esas plagas? Allá en Gran Bretaña, y en muchos otros países, hay un sindicato de actores, serio, responsable, que realmente vela por el interés de los artistas. Para mí, ese sería un buen principio, no solo para atacar este tema particular, sino muchos otros tantos frentes que hay que sanar en nuestro medio. Como bloque, como gremio formal, fuerte y firme –que aún no somos los teatreros- tendríamos que tener una institución que velara por el interés de los hacedores del arte escénico de forma integral y verdaderamente comprometida. Es esta una necesidad imperiosa.
La profesionalización del arte escénico es un hecho relativamente joven en nuestro país. Hasta la creación de los institutos universitarios de Teatro, Danza, Música y Artes Plásticas a principios de los años 90 del pasado siglo (ahora todos convertidos en la UNEARTE), la formación del intérprete era en gran parte responsabilidad de escuelas privadas, fundadas por importantes maestros, prueba de que la “escuelita” per se, no es la llaga. Pero si se necesita una lupa, puesto que los “falsos profetas” pululan como chiripas teatrales. También hay que considerar que hoy día muchos “actores” y “actrices” se gradúan en gimnasios y centros estéticos, no en la academia; y allí van productores y directores a buscarlos. Y entonces ¿quién le pone la cola al burro? El tema da para muchísima tela. “La profesión más antigua del mundo, no es la prostitución, es la actuación” decía el gran actor Lawrence Olivier. A veces, odioso es decirlo, pareciera que la línea entre una y otra es bien difusa.
Columna publicada en el 11/01/2011 en el diario "El Nuevo País"
No hay comentarios:
Publicar un comentario