Con la aparición del Mistral reencarnado en mujer, los personajes que hasta aquí yacen inmóviles, renacen. Bajo las luces de un cabaret circense en decadencia, bailan, gritan.
Frío y salvaje sopla desde el noroeste mediterráneo… es un viento que transforma al individuo, a las ciudades y regiones que arropa, es en esencia un viento nostálgico, que arrastra voluntades y recuerdos. Se le conoce como El Mistral, y su soplo se sintió en el centro de Caracas por cuatro funciones. Las bocas del Teatro Principal (los días 12 y 13 de julio ) y del Teatro Nacional (27 y 28) albergaron el aliento de este espectáculo de danza teatro concebido y dirigido por Miguel Issa.
Diez años después de su estreno “El Mistral, un viento frío en el verano” regresó de la mano de su creador y retoma su recorrido por la emocionalidad de una troupé de personajes que ríen, lloran y reviven bajo el influjo de ese soplo, representado acá por una mujer francesa de estilizada figura y cigarro de boquilla en mano. Durante su estancia en París, Issa tuvo la oportunidad de sentir en propia piel los fueros de este fenómeno atmosférico y al retornar, concibió la idea de este cabaret musical que expone con acierto la apuesta que asumió hace ya casi dos décadas junto al también coreógrafo, bailarin y director Leyson Ponce cuando fundaron la agrupación Dramo (Dramaturgia del Movimiento): una propuesta de danza teatro coherente y que rezume fortaleza estética y conceptual.
Con la aparición del Mistral reencarnado en mujer, los personajes que hasta aquí yacen inmóviles, renacen. Bajo las luces de un cabaret circense en decadencia, bailan, gritan, resuenan en la cotidianidad de una tarde parisina. Viajan apilados en el metro, suben y bajan en viejos ascensores de reja, pasean, dormitan, pelean en las veredas de un parque, celebran la comida, la bebida, la vida… agotan sus penas y tristezas. Las imágenes suceden vívidamente, pinceladas de un aire viejo, antiguo, van dejando una impronta de anhelos, evocaciones, lugares. Y ella, siempre presente, despidiendo humo por su boquilla, los observa, atestigua su carnalidad en silencio…
Danza, teatro y ópera en un amalgamado espectáculo concebido en imágenes, cuadros vivientes que no dejan intacta emoción alguna y que ha resistido el paso del tiempo, ahora robustecido por un joven elenco de intérpretes atinados en su corporalidad y expresión. Al final, tal como la vida, el viento pasa dejando una estela de adormecimiento, la celebración cesa , el tiempo juega su papel tirano, y los personajes abandonan el escenario, clowns silenciosos hasta un nuevo verano...
¡Que no pasen diez años para que vuelva a soplar!
Columna publicada el 30/07/ 2013 en el diario El Nuevo País
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