Con todos estos aditamentos, probablemente no le fue difícil al escritor inglés Peter Quilter escribir “Glorius, la peor cantante del mundo” (2005)
El 25 de octubre de 1944, Florence Foster Jenkins, cumplía su sueño y a casa llena interpretaba importantes arias de la música universal en uno de los escenarios más apetecibles para cualquier cantante, el Carnegie Hall de Nueva York. Lo insólito del evento, es que esta soprano de 76 años no tenía el más mínimo talento, oído o ritmo musical. Aun siendo considerada como la “peor cantante del mundo” llegó a trazarse una “carrera” de más de treinta años (sustentada por la cuantiosa fortuna que heredó de su padre banquero), grabar varios discos (mal) interpretando piezas de Brahms, Verdi, Strauss, Mozart, entre otros; y ofrecer recitales siempre abarrotados de público. Para añadir más “teatralidad” a su vida, un mes después de cantar en el Carnegie Hall, muere. Con todos estos aditamentos, probablemente no le fue difícil al escritor inglés Peter Quilter escribir “Glorius, la peor cantante del mundo” (2005), cuya versión en español llega a la sala del Trasnocho protagonizada por Elba Escobar, bajo la dirección general de Daniel Uribe, con la producción de Anayansi Carrasquel y Marcos Purroy.
El texto de Quilter es una comedia que plantea una lectura ambivalente de la Florence: una mujer inspiradora que cumplió sus sueños a toda costa y sin importarle la opinión ajena, o bien, una mujer patéticamente ridícula que fue el hazmerreír de todo un país. La puesta en escena de Uribe apuesta por la sobriedad, en un escenario con algunos elementos de efectiva indicación espacio-tiempo, y dejando en los actores el peso de la trama, que aunque evidentemente humorística, guarda tras las partituras un drama soslayado.
Elba Escobar, en el papel de Florence luce la sapiencia del oficio que le ha llevado a ser uno de los nombres más representativos de la escena venezolana. Se mueve por la piel de Florence con holgura, raya en el borde justo de la caricatura, pero la mantiene en una dimensión humana tan asequible que llega a conmover entre la risa burlesca. Para alcanzarla la actriz tuvo que tomar clases de mal canto –sí de MAL canto- durante dos meses para poder “desafinar”. Su contraparte es el pianista Cosme McMonn, a medio camino entre aprovechador y soporte de la diva, interpretado por Germán Anzola quién luego de un inicio titubeante, logra descubrirlo y nos lo muestra con limpieza. Liliana Meléndez, en el robusto papel de la asistente incondicional de Florence, y Alberta Centeno como una hilarante sirvienta portuguesa completan el elenco de esta pieza, que logra el fin último de la comedia: hablar de cosas muy serias, entre risas.
Columna publicada el 19/02/2013 en el diario "El Nuevo País"
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