“Estaba considerado altamente peligroso cuando no había hecho otra cosa que obras de teatro.” Así responde sobre las razones que lo llevaron a huir de la Argentina dictatorial de los años 70, el dramaturgo gaucho Arístides Vargas en una entrevista que le realizaran en el 2006. Y es que tanto su vida como su arte se vieron innegablemente signados por las cicatrices de la persecución en un régimen militar que dejó sembrados sangre y dolores; enrumbando la dramaturgia de Vargas a surcar en las tensas aguas de la memoria. Y es en esas aguas que trata de salir a flote José, protagonista de su “Jardin de Pulpos”, un hombre amnésico que llega a una playa de su pasado a reencontrarse con sus muertos con la esperanza de recuperar su memoria, cometido en el que le acompañará Antonia, la loca del pueblo.
Un espacio vacío con un piso cubierto de azules arenas, el juego entre lo onírico y lo real, títeres y cantos ancestrales, son los elementos de los que el director Costa Palamides echa mano para componer la puesta en escena de esta pieza que de la mano de la agrupación TEATRELA, rumbo a la celebración de sus 25 años, realizó una nueva temporada. La Sala Experimental del Celarg abrió sus puertas durante todo julio para dejar ver esta reflexión escénica que nos lleva a cuestionarnos el olvido y la pérdida de identidad, dejando siempre latente el peligro del desarraigo: “Esto ya no es una familia, sino un país donde los hermanos se dan puntapiés debajo de la mesa hasta sangrarse”, increpa el desmemoriado José. Y como bien le hace ver la loca Antonia, es imprescindible reconocer nuestro pasado para poder precisar nuestro presente (algo de eso ya insistía en decírnoslo nuestro José Ignacio Cabrujas).
Lamentablemente una falla técnica en plena función del pasado sábado dejó sin iluminación la Sala Experimental, pero la situación fue salvada con creces por la mística de un elenco conformado por Beto Benites, Eulalia Siso, Marisol Matheus, Nirma Prieto, Orlando Paredes y Oscar Salomón; quienes con la anuencia de los asistentes siguieron adelante dejando en claro que para que el teatro se dé hace falta sólo actores y espectadores. ¡Chapeau!
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