Justo cuando se estaban fraguando las letras de esta columna recibimos la triste noticia del fallecimiento del poeta, compositor y Maestro Otilio Galindez; una de las voces más sentidas de nuestra cultura popular. Vaya para él estas líneas como un breve y merecido homenaje. El Maestro Galindez nació un 13 de diciembre de 1935 en Yaritagua, estado Yaracuy; y desde pequeño sintió inclinaciones musicales nacidas y desarrolladas bajo el estímulo de sus padres, principalmente de su mamá Rosa Felicita, quién según contaba el Maestro se la pasaba todo el día cantando y enseñándole canciones del siglo XVIII y XIX. Aún niño se vino a la capital y trabajó como limpiabotas y vendedor de loterías. Con el tiempo entraría a trabajar en la Universidad Central de Venezuela, lo que le sirvió de puente para relacionarse con el Orfeón Universitario, etapa en la que haría sus primeras composiciones. Antonio Estéves, Modesta Bor, Inocente Carreño figuran entre los mentores de este maestro que cultivaría los géneros del vals, aguinaldos, parrandas, bambucos, pasajes, entre otros; como inspirado por una musa delicada que le llevó a crear desde el más puro espíritu. Un enjambre de voces repartieron como polen, y más allá de estas fronteras, las composiciones de Otilio: Lilia Vera, Cecilia Todd, María Teresa Chacín, Pablo Milanés, El Cuarteto, Soledad Bravo, Simón Díaz, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Ilan Chester; son sólo algunas de esas tantas abejas que hechizadas por las fragancia de una “Flor de Mayo” esparcieron las bondades poéticas del maestro, cuyas piezas resuenan en un universo que puede ir desde la sombra de una mata de mango en cualquier solar, hombre y cuatro en mano; hasta la majestuosidad de los grandes escenarios y las orquestas sinfónicas. Otilio le cantó al amor, a la navidad, a la naturaleza, a su suelo y a su cielo, le cantó también a la injusticia; su canto era un canto humano, sencillamente humano. Las notas de “Caramba”, “Pueblos tristes”, “Mi tripón”, “Candelaria”, “Son chispitas”, “Mariana”, “La Restinga”; se oirán ahora con la certeza de la inmortalidad, asegurada aún antes de su partida. Otilio se durmió en mitad de “la noche fresquita y muda”, en su humilde casa de El Limón, en Maracay, su resguardo desde hace varias décadas; dejando un sabor a vacío en el mundo de la música y el arte. Una profunda consternación pesa hoy sobre el cuatro que callado colgará sin que el Maestro le acaricie notas bienvenidas, pero al mismo tiempo, se abre la puerta de la eternidad a uno de los grandes poetas y compositores nacidos en esta tierra. Paz a su alma.
“Qué piensa la muchacha que pila y pila
qué piensa el hombre torvo junto a la vieja
qué dicen campanas de la capilla
en sus notas, qué tristes, parecen quejas.
Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos tristes
qué de historias, qué de penas
qué de lágrimas me dice.
En el fondo hay un santo de a medio peso
una vela que muere en aceite sucio
más allá viene un perro que es puro hueso
con ladridos del hambre que Dios le puso.”
qué piensa el hombre torvo junto a la vieja
qué dicen campanas de la capilla
en sus notas, qué tristes, parecen quejas.
Y esa luna que amanece
alumbrando pueblos tristes
qué de historias, qué de penas
qué de lágrimas me dice.
En el fondo hay un santo de a medio peso
una vela que muere en aceite sucio
más allá viene un perro que es puro hueso
con ladridos del hambre que Dios le puso.”
Otilio Galindez (1935-2009)
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