El público que asistió ese día, tiene absoluto e irrenunciable derecho a elegir qué quiere ver y oír.
La pequeña Venecia, luce cada vez más pequeña. En esta alborotada galería los aplausos se mezclan con abucheos, se vitorea y se vitupera, se lanzan flores y tomates al mismo tiempo. La obra, en la que parece haberse convertido esta tierra, se acerca peligrosamente -y mucho- a un teatro del absurdo, con diálogos sin sentido, incomunicación, distancia, desespero. Preocupa. Preocupa que llegó el día en el que el final de un espectáculo no haya sido dictado por el aplauso sino por un estallido. Preocupa que alrededor de dos mil espectadores hayan abandonado una sala, en mitad de un espectáculo, no por decisión propia, no por su hastío ante, quizás, lo pobre de la propuesta, sino obligados por bombas impositivas, dictatoriales.
Lo acontecido el pasado jueves 11 de abril, en el Aula Magna de la UCV, cuando el monólogo “Orgasmos” de Norkys Baptista, dirigido por Dairo Piñeres, fue atacado cobardemente, en plena función, por desconocidos que arrojaron bombas lacrimógenas al público, es sencillamente, inaceptable, inaguantable, desde cualquier punto de vista. La violencia jamás debe alzar la voz por encima de la ciudadanía. No se puede permitir, bajo ningún concepto, bajo ninguna bandera política, roja o amarilla, hechos de tan baja ralea. La condena de todos los hacedores artísticos debe ser total, absoluta, unánime, sin peros, sin medias tintas, sin dejar la más mínima grieta a una ínfima justificación. Desde acá, irrevocable solidaridad a todo el equipo artístico, técnico y de producción.
En lo personal, ciertamente no es el tipo de teatro al que apunto. En más de una ocasión, en este mismo espacio, he expresado preocupación por la masificación indetenible de ese teatro de evasión, de risa fácil, vacua. No he visto “Orgasmos”, por decisión propia, porque no es un espectáculo de mi gusto, porque no es un género que despierte mi interés. Pero el escenario es sagrado, tanto si se sube una Norkys con su divertimento, como para un Aristófanes resucitado. El público que asistió ese día, tiene absoluto e irrenunciable derecho a elegir qué quiere ver y oír. ¿Que el Aula Magna, centro cultural de la casa que vence las sombras, espacio académico privilegiado, no debería presentar espectáculos de este tipo? Podría discutirse, como plantean algunos colegas –inexplicablemente- con un halo de cierta justificación, y tal vez estemos de acuerdo en que debe privar cierto criterio en la programación de salas; pero, irreductiblemente, la discusión acá no puede desviarse a tales. El hecho indefendible, inequívoco, real, es que un espectáculo (independientemente de su valor estético o filosófico) fue atacado, ¡atacado! y esa es una escena trágica que viene a sumar oscuridad a este país escindido, a este absurdo de mal gusto que nos están empujando a representar.
Yo me niego. Yo me salgo del reparto. ¡Yo no quiero ese papel!
Columna publicada el 16/04/2013 en el diario El Nuevo País
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