Cuando buscaba la manera de iniciar esta columna, me vino a la mente una imagen que seguramente muchos reconocerán. Es una de esas litografías hechas en serie y que tanto demanda tuvieron por allá en los 80. Se trata de un cuadro en el que un grupo de perros, de raza surtida, reunidos en un antro, juegan a las cartas, fuman y beben. ¿Lo ubican? Esa humanización muchas veces me hizo pensar en un mundo al revés, en el que los perros dominan y el hombre es la mascota. Algo así como un “Planeta de los Simios” pero de perros. Si así fuera, ¿sería yo un ejemplar con pedigrí, doméstico, con afecto y tres raciones de humanarina diarias? ¿O ejercería más bien como un ejemplar de trabajo, mascota de los perros-bomberos, o de los perros-guardias nacionales? (sin alusiones...) ¿Sería quizá un humano callejero, sarnoso y descastado?
Toda estas consideraciones caninas vienen a propósito de la pieza “Cuando los perros se huelen la cola” original del dramaturgo venezolano William Urdaneta, que se presentó en una única función el pasado domingo 29 en el Teatro Municipal de Valencia, bajo la dirección general de Antonio Gallardo. La obra ganadora en el Certamen Mayor de las Artes 2004, plantea una revisión del ser humano desde el punto de vista de dos canes. Bobby (Antonio Gallardo) es un perro de raza que ha escapado de su casa y abandonado las comodidades domésticas en nombre de la libertad y el libre albedrío. Sultán (Enrique Reyes) es un “cacri” que siempre ha vivido de basurero en basurero. Ambos tienen una visión particular del hombre y desde ahí la pieza hace una interesante disección sobre la condición humana poniendo en tela de juicio nuestra llamada superioridad racional.
Lo frágil de nuestra moralidad, nuestros valores y anti-valores, nuestros defectos y virtudes salen a relucir de la mano de una puesta en escena sencilla pero contundente, sostenida por un trabajo actoral honesto y bien llevado. Esta propuesta de la agrupación carabobeña Sociedad Urbana, apunta a inocular en el espectador un espíritu autocrítico, un reflexión que lleve a la acción ante la realidad que se nos impone: somos el instrumento de nuestra propia destrucción.
La función tuvo como postre un sorpresivo y merecido homenaje al maestro Gallardo por sus 35 años de trayectoria teatral, quién desde la Parroquia La Candelaria de la capital carabobeña, ha impulsado de forma permanente y efectiva el desarrollo del arte escénico a nivel regional y nacional. ¡Vayan para él los más fuertes ladridos!
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