Vera,
asido a los cánones trágicos incluye en la puesta un coro, que va lo mismo
vestido de negro como con torsos desnudos (en el más puro guiño rajatablino).
El
universo del simbolismo encuentra en “La
Casa de Bernarda Alba” -una de las piezas cumbres de Federico García Lorca- una
riqueza incontestable. La trama presenta a cinco hijas, condenadas a la
castidad y al encierro por la mano dura de Bernarda, una madre opresora y
prisionera del qué dirán. Este clásico del teatro en español, en propuesta de
la Fundación Rajatabla bajo la dirección general de Vladimir Vera, llega a su
segunda temporada hasta el próximo domingo 29 de marzo en la icónica sala
acuñada entre UNEARTE y el Teatro Teresa Carreño.
La
pieza es una definitiva denuncia a la represión, y toca además conceptos como la
hipocresía, la marginación de la mujer, las injusticias sociales. Escrita en una
España de estricta moral, la obra desde un
realismo trágico hace radiografía de una sociedad castrante, impositiva,
cuestionadora del libre albedrío. La rigidez de Bernarda, su resistencia al
cambio, su moral puritana, encuentra en la hija más joven, Adela, una
resistencia activa que reivindicará su libertad sexual y su voz reaccionaria
hasta las últimas consecuencias. En la pieza no aparecen personajes masculinos,
éstos son solo sombras y su mención está íntimamente vinculada a lo negativo, a
lo cuestionable, a la muerte. Y es un hombre el que precipita las pasiones en
esa casa infranqueable, y el catalizador de la rebelión fatal que asume Adela.
Vera,
asido a los cánones trágicos incluye en la puesta un coro, que va lo mismo
vestido de negro como con torsos desnudos (en el más puro guiño rajatablino).
Cinco sillas y una mesita por todo artefacto escénico acompañan este drama de
mujeres, enmarcado en un ambiente con aires vanguardistas (botas militares
conviven con vestidos y dormilonas de paño) que remite pesadez. Francis Rueda, encabeza
el elenco en el papel de Bernarda, y extrañamente, resulta previsible y lineal.
La dilatada y encomiable trayectoria de la intérprete no consigue esta vez
estremecer en un papel monolítico resuelto más por oficio que por enfrentamiento. En
contraparte, Nirma Prieto luce fluida y se sabe cómoda en la piel de Poncia,
criada principal de la matrona, testigo
privilegiado y opinante de lo que sucede intramuros.
Myriam
Pareja, Adriana Bustamante, Susana López (de solvente presencia en el escenario
y en personaje), Graziella Mazzone, Daniela Leal, Valentina Garrido, Sandra Moncada,
Mayra Santos, Sofía Santos y alumnos del Taller Nacional de Teatro completan
la plantilla actoral de esta visión
clara en planteamiento e intención, pero que quizá pide un énfasis y ajuste en las interpretaciones que haga florecer en voz y
acción la poética del autor. ¡Que no es poca cosa, Lorca!
Columna publicada el 18/03/2015 en el diario El Nuevo País