martes, 6 de agosto de 2013

"El Mistral"

 
 
 
Con la aparición del Mistral reencarnado en mujer, los personajes que hasta aquí yacen inmóviles, renacen. Bajo las luces de un cabaret circense en decadencia, bailan, gritan.
 
Frío y salvaje sopla desde el noroeste mediterráneo… es un viento que transforma al individuo, a las ciudades y regiones que arropa, es en esencia un viento nostálgico, que arrastra voluntades y recuerdos. Se le conoce como El Mistral, y su soplo se sintió en el centro de Caracas por cuatro funciones. Las bocas del Teatro Principal (los días 12 y 13 de julio ) y del Teatro Nacional (27 y 28) albergaron el aliento de este espectáculo de danza teatro concebido y dirigido por Miguel Issa.
 
Diez años después de su estreno “El Mistral, un viento frío en el verano” regresó de la mano de su creador y retoma su recorrido por la emocionalidad de una troupé de personajes que ríen, lloran y reviven bajo el influjo de ese soplo, representado acá por una mujer francesa de estilizada figura y cigarro de boquilla en mano. Durante su estancia en París, Issa tuvo la oportunidad de sentir en propia piel los fueros de este fenómeno atmosférico y al retornar, concibió la idea de este cabaret musical que expone con acierto la apuesta que asumió hace ya casi dos décadas junto al también coreógrafo, bailarin y director Leyson Ponce cuando fundaron la agrupación Dramo (Dramaturgia del Movimiento): una propuesta de danza teatro coherente y que rezume fortaleza estética y conceptual.
 
Con la aparición del Mistral reencarnado en mujer, los personajes que hasta aquí yacen inmóviles, renacen. Bajo las luces de un cabaret circense en decadencia, bailan, gritan, resuenan en la cotidianidad de una tarde parisina. Viajan apilados en el metro, suben y bajan en viejos ascensores de reja, pasean, dormitan, pelean en las veredas de un parque, celebran la comida, la bebida, la vida… agotan sus penas y tristezas. Las imágenes suceden vívidamente, pinceladas de un aire viejo, antiguo, van dejando una impronta de anhelos, evocaciones, lugares. Y ella, siempre presente, despidiendo humo por su boquilla, los observa, atestigua su carnalidad en silencio…
 
Danza, teatro y ópera en un amalgamado espectáculo concebido en imágenes, cuadros vivientes que no dejan intacta emoción alguna y que ha resistido el paso del tiempo, ahora robustecido por un joven elenco de intérpretes atinados en su corporalidad y expresión. Al final, tal como la vida, el viento pasa dejando una estela de adormecimiento, la celebración cesa , el tiempo juega su papel tirano, y los personajes abandonan el escenario, clowns silenciosos hasta un nuevo verano...
¡Que no pasen diez años para que vuelva a soplar!
 
Columna publicada el 30/07/ 2013 en el diario El Nuevo País

"El Hijo de Cantaura"

 
La obra, estrenada el 04 de julio y cuya temporada en la Sala Rajatabla se extendió hasta el pasado domingo 14; propone en un espacio vacío el encuentro de dos generaciones, y en ese salto temporal pretende indagar en el alma de personajes marcados por el dolor y el recuerdo.
 
 
El 04 de octubre de 1982 una operación militar acabó con la vida de 23 guerrilleros del Frente Américo Silva, perteneciente al partido Bandera Roja. En aquellos pretéritos momentos políticos, la inquieta izquierda venezolana todavía enarbolaba las banderas de la insurrección armada como vía expedita al poder. Bombas y metralla llovieron sobre el campamento rebelde en la espesura del monte anzoatiguense, y los que sobrevivieron al ataque, fueron luego acribillados o rematados a sangre fría según el testimonio de algunos de los pocos que se salvaron. El suceso pasaría a conocerse en nuestros libros como la “Masacre de Cantaura”, y quedaría en el recuerdo colectivo como impronta de una democracia enferma, vergüenza de un poder abusivo.
 
“El Hijo de Cantaura, asunto de Seguridad Nacional” escrita y dirigida por Yusbely Añez, recurre a ese momento de la historia y lo ficciona en un texto de espíritu redentor, que busca expiar las culpas, pero que al mismo tiempo, muestra esa violencia que no nos abandona, que prevalece generacionalmente, que se traspasa como un pesado fardo, y que pareciera ya grabada en los genes criollos. La obra, estrenada el 04 de julio y cuya temporada en la Sala Rajatabla se extendió hasta el pasado domingo 14; propone en un espacio vacío el encuentro de dos generaciones, y en ese salto temporal pretende indagar en el alma de personajes marcados por el dolor y el recuerdo.
 
Marx es el hijo de uno de los fallecidos en la masacre y en la Venezuela actual sobrevive como chofer de una familia rica, pero, afín al comportamiento típico, intenta resolver su vida sacándole provecho a las dádivas gubernamentales. Su practicidad –muy cercana a la falta de ética- contrasta con la valentía de su papá, Jesús, quién treinta años atrás, metralleta en ristre, enfrentaba al mundo con la coraza de sus ideales, que seían aplastados por la bota militar en la fatídica noche de la ofensiva. Escenas de los días previos a la masacre, se intercalan con un presente de madres que todavía lloran a los hijos perdidos. Añez propone para las acciones un escenario totalmente desocupado. Solo intervienen como utilería recurrente unas ollas maltrechas, vacías, acaso en una acertada alegoría de país. Sin embargo el código propuesto, pertinente en su concepción, se diluye en la debilidad de una puesta en escena que no logra superar la barrera del interés.
 
Diego León, Diego Mora, Arismart Marichales, Tiziana Carascón, José Gregorio Franquiz, y Keyla Gelvez integran un elenco todavía arraigado a la brega estudiantil, y que en general muestra interpretaciones sesgadas y atonales. El sueño está concretado, ¡ahora a darle justa forma!
 
Columna publicada el 16/07/2013 en el diario El Nuevo País

"Seis historias para Emilio"


 
Se trata de seis textos breves cuyas historias se hilan en un mismo espacio, un parque, y a lo largo de un día.
 
Ya se cumplió un lustro de la desaparición física del escritor, dramaturgo, director,  y crítico mexicano Emilio Carballido (1925-2008), una de las voces más importantes de la literatura azteca contemporánea. Su primera obra “Rosaura y los llaveros”, estrenada en el palacio de Bellas Artes  (D.F) en 1950  marcaría el inicio de una fructífera trayectoria que le daría a las letras hispanohablantes más de cien obras teatrales, además de novelas, cuentos, ensayos, y guiones cinematográficos. Sus piezas buscan retratar prejuicios, contradicciones,  y formas de pensar de los diversos estratos sociales, con cierto hincapié en la disección de la ambigua clase media.

Así se evidencia en  “Seis historias para Emilio” del grupo Art-Teatro, un homenaje que la joven agrupación caraqueña estrenara en el 2009 bajo la dirección de Luisa Maymó, y cuya temporada más reciente culminó el pasado domingo 07, al abrigo del acogedor teatrino del Laboratorio Anna Julia Rojas.

Se trata de seis textos breves cuyas historias se hilan en un mismo espacio, un parque, y a lo largo de un día. La propuesta abre con “Únete pueblo”, en el que dos estudiantes de evidentes rasgos “sifrinos” participan en una protesta callejera, sin saber siquiera el trasfondo del levantamiento. Una sátira a la superficialidad: ninguna de las dos puede ver bien sin sus lentes, y sin embargo, no los usan porque les resta atractivo. En “Solitario en octubre”, dos desconocidos se cruzan, él recién divorciado, ella a punto de casarse, la duda emerge. “Tangentes” une a una pareja de estudiantes, un anciano y una indigente, personajes en una trama de nostalgia y pérdida. “La miseria”, uno de los textos más complejos, a una pareja en desacuerdo por darle limosna a una mendiga. Comedia de velados tintes reflexivos acerca de la relativa miseria de la condición humana. Un penoso profesor vaga con su bebé recién nacido a merced del intenso frío en “Dificultades”, un contundente texto, el más dramático del compendio, que expone los límites de la desesperación en un hombre abrumado, una vida de aspiraciones aplastadas por los problemas familiares y un trabajo mal remunerado. Por último “Domingo delicioso”, presenta en tono de franca comedia a dos amigos que pretenden pasarla “a lo padre” con dos prostitutas, pero el alcoholismo de los cuatro les voltea las intenciones. Una ligera pero afilada sátira a la borrachera.  Mariafernanda Fuentes, Robert Castro, Angel Pelay, Juan José Guzman, Jorge Martínez, Luisa Maymo, y Oreana Cordero, conforman el elenco que da vida a esta propuesta que pretende seguir llevando a otros escenarios esta radiografía del ser latinoamericano.
Columna publicada el 09/07/2013 en el diario El Nuevo País

"Caricias"

 
 
 
La puesta en escena de González -quién celebra con este montaje dos décadas de actividad teatral- recibe al espectador con un aire otoñal, clásico: una paleta de marrones y ocres
 
 
Con la condena implacable de un ouroboros, el ser humano se engulle a sí mismo ante la incapacidad probada de comunicarse, de dar y recibir, de asirse a la plenitud. Siempre inconformes, siempre a la deriva, como unos neuróticos sin bozal, sucumbimos, mordemos y somos mordidos. Círculo vicioso, degradante, que el dramaturgo catalán Sergi Belbel deshila convenientemente en “Caricias” (1990) una de sus piezas más célebres, y que el Teatro del Encuentro, con la producción de Alexxey Córdova y la dirección de José Jesús González, lleva a temporada hasta el 30 de junio en el Espacio Plural del Trasnocho.
 
El texto, urbano y mordiente, presenta diez historias que exponen la precariedad de las relaciones humanas: matrimonio, hermanos, padres, hijos, amantes, amigos. El título es una ironía y un anhelo, la pieza no es tierna, no es una apología al afecto, sino al grito desesperado de los personajes por encontrar, precisamente, esa caricia faltante, ese abrazo que nunca llega en una sociedad deshumanizada marcada por la soledad.
 
La puesta en escena de González -quién celebra con este montaje dos décadas de actividad teatral- recibe al espectador con un aire otoñal, clásico: una paleta de marrones y ocres, hojas secas, paraguas, marcos colgantes, maderas, brindan una atmósfera limpia, preciosista. Y es en este marco bucólico, con seres de maneras apolíneas y vestimentas perfectas, como preparados para una gran foto familiar, que irrumpe la violencia, el desespero. No se compagina la sobriedad de sus apariencias con el torbellino que subyace puertas y pecho adentro. Pero es precisamente esa falsedad de formas la que propone la reflexión a través de la crudeza del contraste. Temas como la agresión doméstica, el incesto, la homosexualidad, la miseria, la incomunicación, el rencor, la senilidad, van emergiendo sin respiro. Si bien la propuesta escénica aminora con cierto conservadurismo la mordacidad del autor español, consigue reacción y propósito.
 
Ver los nombres de Virginia Urdaneta, José Torres, José Romero, Marco Alcalá, Alexander Rivera, Arlette Torres, Alexander Solórzano, Loly Sánchez, Ana María Paredes, Mariú Favaro y el debutante Grouber Materán, da cuenta de una afortunada conjunción de experiencia y juventud en el elenco. Las interpretaciones, en general, son diligentes y logran acercar al espectador a la rudeza de los planteamientos. Es, pues, una buena apuesta por el teatro espejo, ese al que muchas veces le huimos, ¡por algo será!
 
Columna publicada el 11/06:2013 en el diario El Nuevo País