jueves, 14 de marzo de 2013

Un repaso después del luto


El arte escénico venezolano bajo este proceso ha vivido una especie de tragicomedia en la que se turnan la risa y el llanto, el “¡Braavo!” y el “¡Buuuu!”.

Arropado todavía con el manto del luto, el país muy lentamente va  desprendiéndose del letargo fúnebre. Como en todo finiquito de una etapa, preciso y natural es que se repase lo dejado atrás, para bien o para mal. El escenario cultural de estos últimos 14 años luce, tal como el resto de los espacios nacionales, un cuerpo claroscuro con aciertos y desmanes no desligados de la purulenta polarización. Parte de la galería aplaude una gestión reivindicativa, intachable, según su visión, como nunca antes en la historia republicana; y otra abuchea un manejo de la cultura signado por la falta de políticas fundamentales, la ideologización del arte, la exclusión, la presencia inaceptable de censura -auto, previa o posterior- o la campante corrupción en los entes culturales. El arte escénico venezolano bajo este proceso ha vivido, pues,  una especie de tragicomedia en la que se turnan la risa y el llanto, el “¡Braavo!” y el “¡Buuuu!”, reflejados en algunos acontecimientos puntuales.

Para el aplauso: se crea un ministerio exclusivo para Cultura, luego de estar brincando del timbo al tambo como apéndice de Educación o Deportes. Se recuperaron y abrieron al público con una programación regular los Teatros Nacional, Municipal, Principal, Catia, entre otros, y se creó el Festival de Teatro de Caracas, eco del otrora festival nacional  (si bien estos últimos son aportes del gobierno de la Alcaldía de Libertador, hago buena su propia consigna de quitarse los laureles y entregárselos por completo al “Comandante”).  Se concretó la creación de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (proyecto que reposaba desde años anteriores), se relanzó la Compañía Nacional de Teatro y se fundaron las compañías nacionales de Danza, de Música y de Circo. Se reivindicó la figura de los cultores populares con esfuerzos importantes desde el Viceministerio de Diversidad Cultural y los programas sociales de la Casa del Artista.

Para el abucheo: la exclusión de grupos teatrales en los convenios culturales por no estar alineados con la revolución, el creciente intervencionismo estatal en la creación; el desalojo del Ateneo de Caracas (sin que esto implique mi apoyo irrestricto a la gestión que allí se llevaba), el retiro del apoyo estatal al Festival Internacional de Teatro de Caracas, en su momento ícono mundial; la retoma de espacios con el cuento de “dignificarlos” para dejarlos languidecer (verbigracia la sala Alberto de Paz y Mateos), la falta de una política cultural nacional coherente, inclusiva, con énfasis en la formación y desarrollo más que en el "evento"; la profunda partidización de la gestión con la consecuente colocación en puestos gerenciales de ignorantes e indolentes culturales. 

La lista es corta, tanto como el espacio, y no pretende ser una recreación exacta de estos años, sólo un recuerdo de algunos de los hechos más relevantes. Al cerrarse este telón, ¡lo que prevalece es el silencio!

Columna publicada el 13/03/2013 en el diario El Nuevo País

"Diógenes y las camisas voladoras"

Cuando la verdad es inevitable, Orozco y Velásquez discuten sobre la conveniencia del secreto individual o el secreto de Estado. 


El 3 de septiembre de 1945 en la agenda del candidato a la presidencia por el PDV, Diogenes Escalante, figuraba un desayuno en el Palacio de Miraflores con el presidente Isaías Medina Angarita y luego, un almuerzo con los dirigentes Rómulo Betancourt, Rómulo Gallegos y Raúl Leoni. Escalante contaba con el consenso de casi todo el espectro político y se enrumbaba a una segura elección que significaba la impostergable transición civil y democrática del país. Pero esa mañana, no acudió a la cita con el primer mandatario pues “sus camisas –alegó- se habían ido volando por la ventana”. Una junta médica determinó poco después su insania mental, se derogó su candidatura y el país tomó un rumbo imprevisto. Para muchos historiadores, el suceso cambió nuestra historia contemporánea. Tan trágico como absurdo, este episodio que ha sido reiterado en la literatura nacional en ensayos y novelas como "El Pasajero de Truman" de Franscisco Suniaga o "Amores de última página" de Oscar Yánez , ahora es teatralizado en la pluma de Javier Vidal con la obra “Diógenes y las camisas voladoras”, que bajo la dirección de Moisés Guevara colmó las butacas del Teatro Nacional los días 02 y 03 de marzo en el marco del Festival de Teatro de Caracas 2013. 

 El texto de Vidal, quién también interpreta al malogrado candidato, reúne en la suite presidencial del Hotel Ávila a Escalante, su secretario privado Hugo Orozco y al joven abogado Ramón J. Velásquez, y a través diálogos sazonados con el sabroso acento “gocho”, satiriza este capítulo inaudito. Con un enorme lienzo de Cabré de fondo y una recreación mobiliaria de época, la puesta en escena ideada por Guevara reúne elementos del tradicional sainete matizados por una contemporaneidad y un naturalismo bien concebidos. En principio conocemos al protagonista, sus gustos, sus reflexiones, su vida de hombre mundano. Luego, a medida que avanza su locura, su presencia en el escenario se diluye paulatinamente hasta llegar a ser una gran sombra detrás del lienzo. Cuando la verdad es inevitable, Orozco y Velásquez discuten sobre la conveniencia del secreto individual o el secreto de Estado, deliberan sobre la responsabilidad de entregarle el poder a un hombre sin saber si está en condiciones de asumirlo. La obra rebosa vigencia e invita a la reflexión desde una perspectiva entretenida, fresca, con un humor criollo y elegante. 

Vidal insufla su personaje de una vitalidad pasmosa, reconfirmación de su probada calidad histriónica. Jan Vidal Restifo (Orozco) y José Miguel Dao (J. Velasquez) resuelven con aplomo y disciplina el equilibrio entre humor y seriedad que sus pares ficticios demandan. La feliz comunión del espectador con esta propuesta confirma además el acierto y la necesidad de seguir priorizando un teatro que nos hable de nosotros. ¡Materia de sobra hay en los baúles de la venezolanidad!

Columna publicada el 05/03/2013 en el diario El Nuevo País

viernes, 1 de marzo de 2013

¿Diversos?


La propuesta reúne en un mismo espectáculo dos textos: “El Manchado” de Ariel Barchilón y “Océano interior” de Walter Sánchez, ambos dramaturgos argentinos.

La resistencia ante lo diferente tiene en el ser humano implicaciones fatídicas. De ese rechazo, que no es otra cosa que miedo, se han originado aniquilaciones, genocidios, guerras, homofobia, xenofobia, maltratos y más, de una larga lista negra de atrocidades. Tan voraz como ridícula, esta realidad es abordada en la pieza “¿Diversos?” una producción del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela, co- dirigida por Jorge Cogollo y Costa Palamides y cuyas funciones tuvieron lugar en la sala Doris Wells de la Casa del Artista los días 23 y 24 de febrero en el marco del Festival de Teatro de Caracas 2013

La propuesta reúne en un mismo espectáculo dos textos: “El Manchado” de Ariel Barchilón y “Océano interior” de Walter Sánchez, ambos dramaturgos argentinos. En “El Manchado” se narra el encuentro de un hombre que acude a una repartición de empleos con el filtro de un sistema autoritario en el rostro de dos funcionarias. El hombre (interpretado por Larry Castellanos) aparece como un clown, como un ser único, de distinto semblante, nariz roja, ropas anchas, hablar calmoso, en contraste con el perfecto uniforme militar planchado de las funcionarias que le reciben. No pasa el filtro, tiene una mancha, y debe ser sometido al “tratamiento”. “El poder autoritario puede construir o destruir identidades, cuerpos” reza parte del texto de la obra, y allí se resume la historia, que reflexiona y denuncia con un humor que llega a conmover. Las funcionarias (Lismar Ramírez y Vanessa Morr) luchan por quitarle “la mancha”, insertarlo al deber ser, a lo aceptado, a la sociedad bien delimitada; pero por momentos dejan asomar vestigios de su libertad reprimida. La dirección del joven Cogollo acude con certero manejo a los simbolismos, juega con imágenes y metáforas que resultan incisivas. El elenco responde y comprende la teatralidad de la propuesta y así lo transmite. 

En “Océano interior” la experimentada dirección de Costa Palamides asume la historia de María José, o José María, según quién sea su interlocutor. Él, ella, acude a una mesa de votación y debe convencer, enfrentar a los presentes a la realidad de que podemos ser uno y miles, que nuestra identidad no reposa en un simple documento. Acá el elenco conformado por Theylor Plaza, Argenis Ciriaco, Sergio Briceño y Vanessa Morr recrea satisfactoriamente el conflicto planteado. Para finalizar los actores rompen su “máscara” y se presentan diciendo qué los hace diferentes y únicos como seres humanos, ofrecen el escenario y los espectadores responden, se suman y hacen lo propio. La comunión es inmediata e inevitable. El mensaje ha llegado. 

Columna publicada el 01/03/2013 en el  diario Ciudad CCS
Especial para el FTC 2013