La obra, es un acercamiento a lo más profundo de ese dolor incrustado, una aproximación desgarradoramente humana y vital.
Más de veinte mil asesinatos por año evidencia que la violencia es un polizón al que se le ha hecho cómodo instalarse. Se ha vuelto tan familiar ese bizarro matrimonio entre la carne y el asfalto. Nuestras pieles rezuman pólvora, la angustia cede a la costumbre, y el dolor se instaura, silencioso, apenas sostenido por la esperanza. Esa inevitable realidad consigue en la dramaturgia de Karin Valecillos un derrotero catártico y estremecedor. “Jazmines en el Lídice” es una pieza simplemente inevitable. El texto, recientemente ganador del I Premio de Dramaturgia Isaac Chocrón, cumple su temporada de estreno en la sala Espacio Plural del Trasnocho hasta el próximo 29 de septiembre, bajo la égida de Tumbarrancho Teatro y la dirección de Jesús Carreño.
La historia es un eco condensado que nace como homenaje a las 54 madres de la Fundación Esperanza Venezuela, madres cuyos hijos han sucumbido ante los ensordecedores gramos de una bala, y que buscan, en su reunión, alzar un clamor por la paz. Es la historia de Meche, Yoli, Anabel, Dayana, Aída y Sandra, seis mujeres -que son millones- vinculadas por el dolor y la pérdida. En una humilde vivienda del barrio Lídice, estos seres coinciden el día del cumpleaños de Dayana, la menor, apenas una adolescente, pero que también ha visto su sangre correr; y un fiero debate de sentimientos se desprende entre la celebración y el recuerdo. Es una ficción armada con trocitos de realidad.
“¡Indiferencia!” grita Meche, y allí radica el tratado de la pieza. La obra no pretende ser solución, ni panacea contra una realidad insoslayable, al fin y al cabo, las víctimas han devenido en solo cifras, estadísticas a las que nos hemos acostumbrado, y que leemos incluso ya sin asombrarnos. La obra, es más bien, un acercamiento a lo más profundo de ese dolor incrustado, una aproximación desgarradoramente humana y vital que revienta cualquier indiferencia. El aroma de esos jazmines penetra la carne para remover el alma.
La puesta en escena de Carreño conjuga el realismo de la pieza y la poética de la imagen con acertado equilibrio, y con la fortuna de no acercarse a un malogrado melodrama. Gladys Prince, encabezando el elenco, nos ofrece una Meche inolvidable, conmovedora, íntegra. Omaira Abinadé, Rossana Hernández, Patricia Fuzco, Indira Jiménez y Tatiana Mabo, desarrollan sus roles con laudable compromiso y entraña, dejando firme la impronta de cada una de sus historias, y el espectador, al dejar la sala, no puede menos que afirmar: ¡Gracias por la esperanza!
Columna publicada el 17/09/2013 en el diario El Nuevo País