No se trata, como algunos pudieran pensar, de una película gay, sino de un cine que habla sobre laberintos personales, relaciones humanas y demonios sociales.
El cine venezolano ha tenido en los últimos años, mezquino es negarlo, un repunte que se ve reflejado sobretodo en la cantidad. Causa un suspiro satisfactorio mirar la cartelera cinematográfica y encontrarnos con dos y hasta tres películas criollas peleando una taquilla al mismo tiempo. En esta ebullición, también es cierto que la calidad no siempre ha alcanzado las expectativas que siguen manteniendo los espectadores con respecto al séptimo arte autóctono, pero el futuro es prometedor, paulatinamente parecemos avanzar hacia un cine más amplio y alejado de los ya perezosos estereotipos de denuncia social.
En esta búsqueda se encuadra “Azul y no tan rosa”, ópera prima como director de Miguel Ferrari, actor de comprobada trayectoria sobre nuestras tablas, cine y televisión, que con el apoyo de Ibermedia encabeza esta co-producción venezolano-española que en esencia habla sobre la discriminación, sobre el miedo a la diversidad devenido en violencia. La historia es protagonizada por Diego (Guillermo García) fotógrafo un poco reacio al compromiso quién en pleno cenit de su relación sentimental con Fabrizio (Sócrates Serrano), un exitoso médico obstetra, debe hacerse cargo de su hijo adolescente (Ignacio Mointes) que ha llegado desde España y a quién no ha visto en varios años. Los reproches por el abandono y la distancia dificultan el acercamiento padre-hijo. En este transcurrir sobreviene la tragedia cuando Fabrizio es brutalmente golpeado por un grupo de homófobos. Delirio (Hilda Abrahams), una transexual, y Perla Marina (Carolina Torres), una joven víctima de la violencia de género, completan el quinteto de personajes que a lo largo de la trama y sub-tramas emprenden un viaje de reconocimiento, aceptación personal y lucha contra los prejuicios.
Resalta la calidad en los renglones técnicos: fotografía (a cargo de Alejandra Henao), sonido, arte, música se conjugan equilibradamente para entregar un logrado producto, con una puesta en escena bien pensada potenciada por un montaje correcto que logra mantener un buen ritmo, aunque por momentos tambalea. El oficio de actor de Ferrari, parece permear visiblemente en beneficio de la conducción de los actores quienes, en general, ofrecen una interpretación cálida, carente de fatuidad y sin el excesivo naturalismo distorsionador que tanto ha caracterizado nuestro cine.
No se trata, como algunos pudieran pensar, de una película gay, sino de un cine que habla sobre laberintos personales, relaciones humanas y demonios sociales que todavía tenemos que exorcizar. ¡Nuevos horizontes se vislumbran!
Columna publicada el 29/01/2013 en el diario El Nuevo País